Segundo Capítulo: Una carta de amor

La primera novela de Paul Auster    

Es junio de 1982 y Paul Auster se casa con Siri Hustvedt. Se publican La invención de la soledad y una primera edición de The Art of Hunger. Entre 1982 y 1984 aparecen las traducciones de la antología de poesía francesa de este siglo y del cuaderno de Mallarmé sobre su hijo, y le es concedida una beca de la fundación Ingram Merrill para la prosa. En 1985 termina Ciudad de Cristal, su primera novela, que es la resolución de sus angustias vitales y de los problemas que sus anteriores obras formulaban. Con Ciudad de Cristal, Auster se convierte en un niño de verdad. Vuelve al territorio del juego, de la ficción, y reordena su mundo para dirigirlo a los demás como si se tratara de un mensaje.  

Wolfgang Kayser: Un narrador cuenta a un auditorio algo que ha sucedido. El punto de vista del narrador se encuentra, por tanto, frente a lo que va a contarse; aquí no puede darse una fusión como en lo lírico. La expresión lingüística de lo épico es, evidentemente, el pretérito, que presenta lo que se narra como pasado, es decir, como inmutable7.  

Si la muerte de su padre y el nacimiento de Daniel, su hijo, le demostró que era un hombre que existía en el tiempo, que lo pasado era irremediable, y le dejó en claro la importancia del relato en el paso por el mundo, el matrimonio con Siri Hustvedt le demostró que la narrativa tenía orígen en la necesidad de comunicar, a alguien ajeno al proceso de iniciación individual, el aprendizaje personal del mundo.

Sinda Gregory: En El libro de la Memoria usted describe su reacción al rompimiento de su primer matrimonio y su separación de su hijo diciendo que "Cada día arrastrará un poco del dolor hacia el espacio abierto". ¿Escribir Ciudad de Cristal fue una manera de superar (o al menos enfrentar) ese dolor? 

Paul Auster: Sí, esa fue la fuente emocional del libro. Mi primera esposa y yo nos separamos en 1979, y durante un año y medio después viví en una especie de limbo: primero en la calle Varick en Manhattan, después de ese apartamento de Brooklyn. Pero una vez se llevaron a cabo los arreglos, mi hijo estuvo conmigo la mitad del tiempo. Sólo tenía tres años entonces y vivimos como un par de viejos solteros. Supongo que era una existencia extraña, pero no una sin placeres, y asumí que la vida seguiría así durante mucho tiempo. Entonces, a comienzos de 1981 (Febrero 23, para ser exactos, sería imposible para mi olvidar la fecha) conocí a Siri Hustvedt, la persona con la que estoy casado. Nos hallamos mutuamente en la tormenta y nada ha vuelto a ser lo mismo desde eso. Durante los últimos nueve años ella ha significado todo para mí, absolutamente todo.

Así que, para el momento en que comencé a escribir Ciudad de Cristal, mi vida había mejorado dramáticamente. Estaba enamorado de una mujer extraordinaria; habíamos vivido juntos en un nuevo apartamento; mi mundo interior había sido radicalmente transformado. En muchos sentidos pienso en Ciudad de Cristal como un homenaje a Siri, como una carta de amor en la forma de una novela. Traté de imaginar qué me habría pasado si no la hubiera conocido, y lo que ocurrió fue Quinn. Quizás mi vida hubiera sido como la suya8. 

Daniel Quinn (homónimo del hijo de Auster que, además, lleva el mismo apellido que su seudónimo de finales de los sesenta) es, como el Paul Auster de 1982, un escritor de treinta y cinco años que había estado casado, camina compulsivamente por la ciudad y escribe novelas de misterio que le permiten vivir modestamente en un pequeño apartamento en Nueva York. Sin embargo, a diferencia de Auster, tanto la esposa como el hijo de Quinn han muerto.  

El cuaderno rojo: Un número equivocado inspiró mi primera novela (...) Descolgué, y al otro lado de la línea un hombre me preguntó si hablaba con la Agencia de Detectives Pinkerton. Le dije que no, que se había equivocado de número, y colgué (...) Después de aquello, empecé a darle vueltas a la cabeza, y poco a poco se me abrió un mundo lleno de posibilidades. Cuando me senté a escribir Ciudad de Cristal, un año después, el número equivocado se había transformado en el suceso crucial del libro, el error que pone en marcha toda la historia. Un hombre llamado Quinn recibe una llamada telefónica de alguien que quiere hablar con Paul Auster, detective privado. Tal y como yo lo hice, Quinn responde que se han equivocado de número (...) Pero, al contrario que yo, Quinn tiene otra oportunidad. Cuando el teléfono suena la tercera noche, Quinn le sigue el juego al que llama, y se hace cargo de la investigación. Sí, dice, yo soy Paul Auster: entonces comienza la locura9.  

Quinn, el escritor que ha decidido trabajar en novelas policíacas para aliviar el dolor de la muerte de su familia, acepta llevar un caso extraño: cuidar que Peter Stillman hijo no sea maltratado de nuevo por Peter Stillman padre, un obsesivo filósofo del lenguaje que tiene como proyecto vital la elaboración de unas palabras que finalmente contengan al mundo. La señora Saavedra, casera de los Stillman, le ha pedido a su esposo Michael el número de un buen detective para proteger al hijo del padre, y entonces ha conseguido el número de un tal Paul Auster que parece estar cruzado con el de Daniel Quinn. A partir de la llamada equivocada, Daniel Quinn asume la identidad de Paul Auster, el detective privado, y se deja invadir por Max Work, el detective de sus libros, para controlar la situación. Su primer movimiento es el de ir a la casa de Stillman hijo, según lo acordado en la llamada telefónica. En la casa de Stillman lo recibe Virginia, la esposa, que parece sacada de las novelas de Chandler o Hammet. En cualquier caso, lo que podría convertirse en una novela policíaca a partir de una suplantación de personalidad, en el momento del encuentro con Peter Stillman hijo adquiere proporciones que se apartan de los objetivos del relato policiaco. Peter Stillman hijo es un ser deforme ("era como ver a una marioneta tratando de andar sin hilos"), una especie de títere que, a diferencia de Auster o Pinocho, nunca tuvo la oportunidad de salvar a su padre porque es precisamente éste el que intenta acabar con su vida. Su forma de expresarse es entrecortada, temerosa, similar a la forma en que se expresa el pianista David Helfgot ("Pero me encanta ir al parque. Allí hay árboles, y el aire y la luz. Hay algo bueno en todo eso, ¿verdad? Sí. Poco a poco voy estando mejor dentro de mí. Lo noto. Incluso el doctor Wyshnegradsky lo dice. Sé que todavía soy el niño marioneta. Eso no tiene remedio. No, no. Ya no. Pero a veces creo que al fin creceré y me volveré real"). Su padre, como el de Helfgot, ha experimentado con él ("Encerró a Peter en una habitación del piso, tapó las ventanas y le mantuvo allí durante nueve años") en la búsqueda del lenguaje perfecto.  

Ciudad de Cristal: Quinn había oído hablar anteriormente de casos como el de Peter Stillman (...) Incluso un hombre tan cuerdo y escéptico como Montaigne consideró la cuestión cuidadosamente y en su ensayo más importante, la Apología de Raymond Sebond, escribió: "Creo que un niño que hubiese sido criado en completa soledad, lejos de toda asociación (lo cual sería un duro experimento), tendría alguna clase de lenguaje para expresar sus ideas (...) Aún más conocido que Victor fue Kaspar Hauser, que apareció una tarde de 1828 en Nüremberg, vestido con un estrafalario traje y casi incapaz de emitir un sonido inteligible. Podía escribir su nombre, pero en todos los demás aspectos se comportaba como un niño equeño. Adoptado por la ciudad y confiado de un maestro local, se pasaba los días sentado en el suelo jugando con caballos de juguete y solamente comía pan y agua. No obstante, Kaspar evolucionó. (...) Sin embargo, prefería permanecer en lugares interiores, rehuía la luz intensa y, como Peter Hanover, nunca mostró el menor interés por el sexo o el dinero10.  

Por razones que nunca logra entender, Quinn decide comprar un cuaderno rojo, escribir en la primera página sus iniciales (DQ) y comenzar a llevar un diario de todo lo que le ocurre. Es la primera vez, desde que su vida se vino abajo, que Quinn firma con sus iniciales algo que escribe. En los días que siguen se dedica a investigar sobre la vida de Peter Stillman. En la biblioteca de Columbia, Quinn descubre el libro de Stillman, un extraño volúmen titulado El jardín y la torre: primeras visiones del Nuevo Mundo. Se trata de un libro dividido en dos partes ("El mito del paraíso" y "El mito de Babel") en el que Stillman padre explora, a partir de El paraíso perdido, el poema barroco de John Milton, las relaciones entre la historia de Adán y los viajes de diferentes exploradores (en especial el del descubrimiento de América). El libro concluye con la idea de que el hombre es un ser caído, un ser fragmentado que  en un principio era inocente pero que desde el paraíso, al intentar el conocimiento (simbolizado con la manzana del árbol de la ciencia), comenzó a separarse del mismo mundo que pretendía dominar. En la segunda parte del libro, Stillman, a partir de La nueva Babel de Henry Dark, el supuesto secretario de Milton, parece intuir una solución al problema: 

Ciudad de Cristal: Si la caída del hombre entrañaba también la caída del lenguaje, ¿no era lógico suponer que sería posible deshacer la caída, invertir sus efectos, deshaciendo la caída del lenguaje, esforzándose por recrear el lenguaje que se hablaba en el Edén? Si el hombre podía aprender ese lenguaje original de la inocencia, ¿no se seguía de ello que recobraría un estado de inocencia dentro de sí? Bastaba con mirar el ejemplo de Cristo, argumentaba Dark, para comprender que eso era así. Porque ¿acaso no era Cristo un hombre, una criatura de carne y hueso? ¿Y no hablaba Cristo ese lenguaje anterior al pecado original?11 

En este punto de Ciudad de Cristal, el primer relato de ficción firmado por Paul Auster, es evidente que los temas que dominaban su obra ensayística y sus poemas comienzan a resolverse por medio de la ficción. Peter Stillman recuerda la figura de ese Louis Wolfson (del ensayo New York Babel) obsesionado con la idea de una lengua perfecta. Y la idea del padre ausente, tema de La invención de la soledad, adquiere aquí una dimensión casi cercana al horror. Daniel Quinn, que duda de su propia existencia, pasa sus días en su habitación y, como si fuera el autor de White Spaces, experimenta sensaciones cercanas a la felicidad en ese lugar limitado. Los personajes -todos- parecen moverse a raíz de un hambre incontrolable e incluso llegan a experimentar el hambre física. Y Quinn, incluso, llega a ayunar, como los personajes de Hamsum y Kafka, como si se tratara de un proyecto vital ("su ambición era comer lo menos posible, y de esta manera retrasar su hambre. En el mejor de todos los mundos, tal vez habría podido aproximarse al cero absoluto, pero no quería ser excesivamente ambicioso en sus actuales circunstancias. Prefirió conservar el ayuno absoluto en su mente como un ideal, un estado de perfección al que podía aspirar pero nunca conseguir"). Los temas de la identidad y la simulación, que pueden intuirse en sus traducciones, se encuentran resueltos (o mejor, relatados con lucidez) en Ciudad de cristal: En medio de la novela de Paul Auster, Daniel Quinn, el verdadero nombre de William Wilson (nombre de un personaje de Poe), asume la identidad de Paul Auster, un detective privado, y le es encomendada la labor de evitar que Peter Stillman logra eliminar a su hijo, Peter Stillman; en el proceso de seguir a Stillman, Quinn descubre que éste es el mismo Henry Dark, y que las iniciales de su nombre son la mismas del personaje de Cervantes ("se preguntaba por qué tenía él las mismas iniciales de Don Quijote"), mientras las de Henry Dark corresponden a las de Humpty Dumpty, el personaje de Lewis Carroll.

Algunas ideas e intuiciones sólo pueden ser dichas, con tranquilidad, por medio de la ficción: la idea de un hombre caído, de un hombre dominado, para que tenga sentido a la hora de expresarla sólo puede ser dicha por medio de una marioneta o un ser deforme como Peter Stillman hijo. La idea de un mundo que no nos pertenece, de un mundo que no podemos nombrar, sólo puede ser formulada, con lucidez, inventándose un ser sombrío y anónimo, un Henry Dark medio enloquecido que propone volver atrás, a un lenguaje anterior al pecado original. Al lenguaje de Cristo.

Como es sabido, Cristo se expresaba por medio de parábolas (según el diccionario, "narraciones de un suceso fingido, del que se deduce, por comparación o semejanza, una verdad importante o una enseñanza moral"). Las parábolas son ficciones que ayudan a entender la realidad. Por medio del supuesto libro de Peter Stillman, Paul Auster logra enunciar, valiéndose de la ficción, no sólo esa visión de mundo que se explorará en epílogo de este documental, sino también la idea de que el lenguaje se ha separado del mundo desde que el hombre insistió en tomar de las ramas del árbol de la ciencia la fruta prohibida. Esta, contrario a lo que podría pensarse, no era un sustituto de Eva, sino, más bien, un símbolo de la obsesión del hombre por la ciencia y el conocimiento racional. El hombre no ha podido entenderse con el mundo y la prueba de su pecado original es que sus palabras se han quedado atrás de la realidad. Y como las parábolas de Jesucristo, la narrativa es, a diferencia del ensayo o la poesía, una necesidad común a todos los seres humanos, una necesidad en la que se encuentra implícita una fe absoluta en el lenguaje. Esa es la interpretación de Quinn a partir de la lectura del libro de Peter Stillman: el relato es una forma de recomponer el mundo.

La parábola de Daniel Quinn recupera las preocupaciones de sus poemas y le da una nueva dimensión a las traducciones que el autor hizo durante los años setenta. En medio de la historia de Daniel Quinn, el lenguaje se convierte en una posibilidad y el hombre que decide relatar para vivir asume la identidad del detective como si al final ambos oficios significaran lo mismo: Daniel Quinn se dedica a seguir a Peter Stillman que camina compulsivamente por la ciudad como si ese fuera su oficio. En su cuaderno rojo, Quinn comienza a dibujar la trayectoria de cada caminata y, después de unos días, descubre que Stillman está formando cada día, paso a paso, una letra diferente. Un día camina de tal manera que su viaje simula la forma de la letra "T". Al siguiente su trayectoria es la de la "O". Finalmente, Quinn descubre que Stillman intenta escribir, por medio de sus caminatas, la frase "Torre de Babel". En ese punto descubrimos, pues no hay una mejor manera de decirlo, que el lenguaje es una forma de estar en el mundo: Peter Stillman camina letras. Se mueve por el mundo gracias al lenguaje. Para él, la palabra hace parte del mundo: el lenguaje y las piernas son intercambiables.

Después de seguirlo durante semanas y de incluso sostener un par de conversaciones con él, Quinn pierde de vista a Stillman. Entonces decide buscar al detective Paul Auster para resolver con su ayuda el misterio de la desaparición de Stillman. Paul Auster, el detective, parece estar desaparecido. En cambio, Quinn encuentra a Paul Auster, un escritor que ha publicado unos ensayos, unos libros de poemas y un par de libros de prosa. El escritor lo recibe extrañado, pero con amabilidad. Y, después de recordar un par de libros de Daniel Quinn (nadie sabe que ese William Wilson que escribe novelas de misterio es el mismo Quinn), le explica que no tiene nada que ver con historias de asesinatos. Que es un escritor y ahora mismo está trabajando en un ensayo sobre Don Quijote. Una teoría sobre la autoría de la obra de Cervantes. 

Ciudad de cristal: -Es muy sencillo. Cervantes, no sé si lo recuerda, se esfuerza mucho por convencer al lector de que él no es el autor. El libro, dice, lo escribió en árabe Cide Hamete Benengeli (...) Porque, después de todo, el libro es un ataque a los peligros de la simulación. No podía presentar fácilmente una obra de la imaginación para hacer eso, ¿verdad? Tenía que afirmar que era real (...) En cualquier caso, puesto que se supone que el libro es real, de ello se deduce que la historia tiene que estar escrita por un testigo ocular de los sucesos que en ella ocurren. Pero Cide Hamete, el autor reconocido, no aparece nunca. Ni una sola vez afirma estar presente cuando los sucesos tienen lugar (...) La teoría que planteo en el artículo es que en realidad Cide Hamete es una combinación de cuatro personas diferentes. Sancho Panza es el testigo, naturalmente. No hay ningún otro candidato ya que es el único que acompaña a don Quijote en todas sus aventuras. Pero Sancho no sabe leer ni escribir. Por lo tanto no puede ser el autor. Por otra parte, sabemos que Sancho tiene un gran don para el lenguaje. A pesar de sus necios despropósitos les da cien vueltas hablando a todos los demás personajes del libro. Me parece perfectamente posible que le dictara la historia a otra persona, es decir, al barbero y al cura, los buenos amigos de don Quijote. Ellos pusieron la historia en correcta forma literaria, en castellano, y luego le entregaron el manuscrito a Simón Carrasco, el bachiller de Salamanca, el cual procedió a traducirlo al árabe. Cervantes encontró la traducción, mandó pasarla de nuevo al castellano y luego publicó el libro, Don Quijote de la Mancha. (...) Don Quijote, en mi opinión, no estaba realmente loco. Sólo fingía estarlo (...) Fue don Quijote quien organizó el cuarteto Benengeli. Y no sólo seleccionó a los autores, probablemente fue él quien tradujo el manuscrito árabe de nuevo al castellano12.  

Al final, Daniel Quinn tiene que enfrentar la llegada de Siri Husdvedt y de Daniel, el hijo de Auster. En este punto, la vida de Auster se convierte en un símbolo de lo que ha perdido Quinn. No ha podido resolver el caso. Ha fracasado y, además de ser testigo de la felicidad del escritor Auster, se ha visto envuelto en la preparación de un extraño artículo sobre Don Quijote. Entonces, mientras leemos, todo se aclara un poco: Daniel Quinn es una especie de Quijote que, enloquecido por su escritura y su lectura de libros policíacos, y empujado por un accidente, decide vivir en carne propia las experiencias de sus personajes; en vez de en caballero, Quinn se convierte en detective y, si el personaje de Cervantes se convertía en una metáfora viva de la actitud utópica del que se dedica a las letras, el personaje de Auster resulta ser una metáfora (una especie de ars poetica que camina) del escritor como lector del mundo, como un cuerpo que se encarga de recoger las pistas y hacer las preguntas necesarias para entender ese misterio que es el mundo. Para vivir la realidad, el escritor acude a la fantasía, a la invención, a la suplantación de personalidades: para entenderse y entender lo que le ocurre, el escritor se hace pasar por otros, recibe la voz de algún fantasma de su conciencia (el fantasma de la posibilidad de nunca haber encontrado a Siri, por ejemplo), y traduce el texto de su realidad a un nuevo idioma que puede articular su multiplicidad (el cuarteto Benengeli es, finalmente, Cervantes).  

Paul Auster: La prosa, por otro lado, me da la oportunidad de articular mis conflictos y contradicciones. Como todo el mundo, soy un ser múltiple y llevo en mi una cantidad de actitudes y respuestas hacia el mundo. Dependiendo de mi humor, el mismo evento puede hacerme llorar o reír; me puede inspirar rabia o compasión o indiferencia. Escribir prosa me permite incluir todas estas respuestas. Ya no tengo que elegir entre ellas13. 

Auster es el director de orquesta de todas sus respuestas ante la realidad. Si en La invención de la soledad había descubierto la dificultad de hablar sobre uno mismo y sobre los demás, en Ciudad de cristal descubre que todos los personajes son parte de él, que el mejor camino para conocerse está en la capacidad de relacionarse con los otros. El hombre es un ser complejo, un sistema nervioso que reacciona según los eventos que el mundo traiga, y la única manera de contenerlo es la ficción, en la que, por ejemplo, todas esas reacciones pueden encarnarse en diferentes personajes. Daniel Quinn es lo que habría sido el escritor de La invención de la soledad si Siri Hudsvedt no hubiera aparecido en su vida. Peter Stillman es lo que habría sido el escritor de tantos poemas, obras de teatro y ensayos, si nunca hubiera ido a ese espectáculo de danza que inspiró White Spaces. Y más allá: Peter Stillman es lo que somos o lo que seríamos si no estableciéramos comunicación con los otros, si no lográramos nuestra propia forma de estar en el mundo, si no fuéramos capaces de contactar nuestro interior ni fuéramos capaces de integrar la realidad que hemos visto. 

El escritor es un traductor de todas las voces que lo dominan. Se hace pasar por otros para entenderse. Ciudad de cristal, por medio de la conversación de Auster y Quinn sobre Cervantes, se convierte finalmente en un ars poetica. O, lo que es lo mismo, en una obra mediante la cual Paul Auster, el que firma el libro, se ubica en el género de la narrativa. Después de la conversación con Auster, Daniel Quinn abandona gradualmente el caso: se dedica a observar la casa de los Stillman para protegerlos de Peter Stillman padre. Comienza a convertirse en un mendigo de los que describía Baudelaire: su barba comienza a crecer, como la de don Quijote, y empieza a ponerse en contacto, como el personaje de Kafka, con su propia hambre. Del caso de Peter Stillman, Daniel Quinn pasa al de su propia existencia: la investigación se convierte en una investigación de los alcances del cuerpo en el mundo. La novela policíaca se convierte en una novela sobre los problemas básicos del ser humano. Si Squeeze Play es una novela policíaca que ofrece respuestas, Ciudad de cristal es una novela que hace preguntas.  

Paul Auster: El misterio, después de todo, es una de las más viejas y más atrayentes formas de narrar, y un gran número de obras pueden ubicarse en esa categoría: Edipo Rey, Crimen y Castigo, una cantidad de novelas del siglo XX. En America no hay duda sobre que James M. Cain y Raymond Chandler son escritores legítimos, escritores que han contribuido con algo importante al lenguaje. Es un error subestimar las formas populares. Debes estar abierto a todo, dispuesto a hallar inspiración de cualquiera y todas las fuentes. De la misma manera Cervantes usó las novelas de caballería como punto de partida de Don Quijote, o de la manera en que Beckett usó las usuales rutinas de vaudeville como marco para Esperando a Godot, traté de usar algunas convenciones del género para llegar a otro lugar, otro lugar con su propio sentido14. 

Al final, Stillman se suicida y no es claro qué ocurre con Quinn. Sólo queda su cuaderno rojo con el testimonio de lo que vivió. Imaginamos que cuando se acabaron las páginas del cuaderno, Quinn dejó de existir (al fin y al cabo Quinn existe en las páginas: "durante mucho tiempo jugué con la posibilidad de usar un epígrafe al comienzo de Ciudad de cristal. Viene de Wittgenstein: Y también significa algo hablar de estar viviendo en las páginas de un libro"). O si no fue así, sabemos que Quinn terminó el informe sobre su verdadera investigación: la del sentido de su existencia. Quinn es lo que somos cuando, gracias al relato, hemos logrado un lugar en el mundo. Sin embargo, su mensaje no llega a todos porque no se encuentra mediado por la ficción: Quin es lo que somos cuando no logramos trascender la soledad. En cualquier caso, al final, nos enteramos de que alguien ha adaptado para nosotros la historia que hemos leído. Paul Auster ha organizado un nuevo cuarteto: a partir de la petición de Peter Stillman hijo, Quinn ha escrito un cuaderno rojo, y éste ha sido encontrado por el personaje Auster y un lector anónimo.  

Ciudad de cristal: En este punto la historia se vuelve oscura. La información se agota y los sucesos que siguieron a esta última frase nunca se sabrán. Sería estúpido incluso aventurar una hipótesis (...) Por lo que respecta a Quinn, me es imposible decir dónde está ahora. He seguido el cuaderno rojo lo más atentamente que he podido y cualquier inexactitud en la historia debe atribuírseme a mí. Había momentos en que el texto resultaba difícil de descifrar, pero he hecho todo lo que he podido y me he abstenido de cualquier interpretación. El cuaderno rojo, por supuesto, es sólo la mitad de la historia, como cualquier lector sensible entenderá. En cuanto a Auster, estoy convencido de que se portó mal desde el principio al fin. Si nuestra amistad ha terminado, él es el único culpable. En cuanto a mí, sigo pensando en Quinn. Siempre estará conmigo. Y se encuentre donde se encuentra, le deseo suerte15.  

Es evidente, entonces (inspirado en el Quijote Auster nos ha dado permiso de especular sobre los posibles autores de la trama), que el que firma el libro ha organizado, junto con Peter Stillman padre, toda la locura: Stillman y Auster han querido prevenir a los lectores de la fragmentación, la simulación y la especialización de ese mundo que Baudelaire llamó moderno. Para eso, gracias a los consejos del esposo de la señora Saavedra, la casera de los Stillman, han elegido a un escritor enloquecido por las novelas policíacas como cronista del viaje final -del autosacrificio- de Peter Stillman. El esposo de la señora Saavedra (que es quien ha dado el teléfono equivocado a los Stillman), en nuestra imaginación, lleva el apellido Cervantes. Su nombre es Michael, al fin y al cabo. Al fin y al cabo exploramos la idea de la traducción y Michael, en español, significa Miguel. Auster y Stillman han acudido al creador de la novela moderna para darle paso a una parábola que advierte a los lectores sobre los peligros de la incomunicación, la obsesión por el conocimiento racional y el aislamiento.

La amistad entre el narrador y Paul Auster se ha terminado, claro. Se han sacrificado muchas vidas para poder conseguir una parábola perfecta. Pero nunca habían sido tan necesarias la muerte y el final de una amistad.