Miguel Velázquez (1998)

1. EXTERIOR: TARDE. BOGOTÁ: FRENTE A UNA ANTIGUA SALA DE CINE.

Junto a una calle casi desierta y llena de basura, una señora vende los dulces, los cigarrillos y los helados que hay en su local rodante de madera, y, debajo de unas mantas improvisadas, debajo de periódicos y ruanas, un mendigo duerme sobre la acera de una muy antigua y casi abandonada sala de cine. El silencio es apenas conmovido por el ruido de unos carros a lo lejos. Es tarde y parece a punto de llover. Desde el radio de la vendedora de dulces, comenzamos a oír, gradualmente, Llorarás, una canción de salsa de los años setenta, mientras la cámara se acerca poco a poco a la puerta de la sala. Corte a:


2. INTERIOR: TARDE. SALA DE CINE.

Miguel Ricardo, un profesor de literatura barroca de unos cincuenta y cinco años, gestual y físicamente muy parecido a Alfred Hitchcock, encargado de una cátedra sobre el Quijote de Cervantes, parece embrujado frente a una pantalla sobre la cual se proyecta el final de una agonizante película norteamericana de los años cuarenta. Cuando termina la proyección, cuando se encienden las luces y los cuatro o cinco espectadores comienzan a salir, mientras en la pantalla descienden los créditos, Miguel Ricardo, con una ojeras impresionantes, dignas del más angustiado de los insomnes, no parece dispuesto a salir del teatro, y sólo cuando con un gesto una de las empleadas del lugar le pide el favor de abandonar la sala, sólo entonces se ve en la obligación de enfrentar la realidad.


3. INTERIOR: TARDE. LA SALA DE CINE. EL HALL DE LA SALA.

Miguel cruza el umbral hasta el hall de entrada de la sala y descubre que la luz en el lugar es insoportable. En una pared del teatro, y sin ningún tipo de orden, una serie de carteles de películas viejas (entre otras: Notorious, de Alfred Hitchcock, Lo que el viento se llevó, de Víctor Fleming, Cantando bajo la lluvia, de Stanley Donen, My Fair Lady, de George Cukor), aparecen en la descripción que hace la cámara. Angulo inverso: primer plano de la cara de Miguel Ricardo, que revisa los carteles. La imagen se desvanece en:


4. PANTALLA EN NEGRO.

Sobre una pantalla de fondo negro, y al tiempo que oímos la música de los créditos de la película que se presentaba en la sala de cine, vemos las palabras: Primera Parte: Que trata del mundo de Miguel Ricardo y de su extraña estrategia para soportarlo.


5. EXTERIOR: TARDE. UNA CALLE DE LA CIUDAD.

Parece que va a llover, pero no llueve. En un seguimiento vemos que Miguel, con un inmenso paraguas en su mano izquierda, camina por las calles de Bogotá, junto a buses ejecutivos, bajo vallas y frente a vitrinas llenas de televisores que anuncian la última telenovela protagonizada por Carolina Barrios, luces de neón y hombres que, bajo mantas, duermen en las aceras. Nos damos cuenta de que su caminar por la calle, en medio de charcos, vías en construcción y vendedores ambulantes, es toda una aventura, un constante no darse por vencido. Corte a:
 

6. EXTERIOR: TARDE. OTRA CALLE DE LA CIUDAD. LA ESQUINA DE DON OCTAVIO.

Miguel, visiblemente cansado, llega hasta una esquina de la ciudad y se encuentra con don Octavio, un lotero de unos cincuenta años, vestido común y corriente, cubierto con un impermeable y con una cachucha regalada por una campaña de algún candidato a la Presidencia de la República de otros tiempos. Junto a él está una ancianita que lee la mano a los transeúntes crédulos y desprevenidos.

Miguel:
¿Cuál número va a ganar, don Octavio?

Don Octavio (revisa los billetes, halla uno):
Éste, don Miguel, éste nunca ha ganado.

Miguel (pensativo):
Noventa y ocho, ochenta y seis…(Reacciona, mira a don Octavio) El que nunca gana soy yo, yo nunca gano.

Don Octavio:
Pero porque cambia de número cada ocho días, y así sí no se puede…

Miguel:
Pero, y entonces ¿cuál es el consejo?, ¿qué tengo que hacer?…Porque la idea es ganarse la lotería y olvidarse de tanta cosa…

Don Octavio:
Le voy a dar mi secreto, pero no puede decírselo a nadie.

Miguel (sonriente):
No puedo decírselo a nadie…

Don Octavio:
Escoja un número ya, y juéguesela por ese número hasta que el número le haga caso. La suerte siempre premia la fidelidad…

Miguel (sonríe con tristeza):
Pues yo no sé, usted verá: yo le voy a hacer caso a usted porque qué más, porque a quién más…

Don Octavio (entusiasmado):
¿Y entonces qué número don Miguelito?, ¿el que le digo?

Miguel (pensativo):
Sí, este…con nueves y con ochos, don Octavio: noventa y ocho, ochenta y seis, está perfecto…A ver si por fin…

La ancianita mira a Miguel Ricardo con atención, mientras él busca el billete ideal. Miguel no puede evitar voltearse a ver a la señora.

Miguel (a la ancianita):
¿Cómo le va, señora?

Anciana:
¿Cómo le va a usted?

Don Octavio (interviene ante la situación):
Esta es una cuñada, don Miguelito: esta sí que sabe de suerte y de esas cosas, ¿oye? Usted pregúntele lo que usted quiera saber de cualquier cosa y espérese y verá que después me lo va a agradecer.

Miguel (con ironía):
¿Y cuál es el negocio? ¿La cuñada le dice a uno que se va a ganar la lotería, y usted después vende el billete?

Don Octavio (sonriente):
Más o menos, más o menos. (A la anciana, súbitamente emocionado, como si fuera sorda) Cuñada: este es Miguel Ricardo, el profesor, el que me ayudó a entrar a Martín a la Universidad…

Anciana (asiente emocionada):
Ah no, muchísimas gracias, que Dios lo bendiga señor… 

Miguel le señala a Octavio el billete que quiere.

Miguel:
Esperemos que por lo menos nos ganemos la lotería…Para ver si alguno de nosotros nos mantiene. (Piensa) ¿Y qué es lo que usted hace, cuñada?

Anciana:
Yo le leo la vida en la mano, profesor.

Miguel (sorprendido):
Qué bueno, ¿no don Octavio? Un día tiene que leérmela, ¿cierto?

Don Octavio:
Cuando usted quiera, don Miguel.

Anciana:
Cuando usted quiera.

Miguel (intrigado, le ofrece la palma de la mano):
Dígame algo ahora, dígame una cosita a ver si vuelvo…

Anciana (toma la mano de Miguel, la mira con atención):
Por ahora le digo que tiene que cuidarse, que no puede seguir llevando esa vida que lleva…

Miguel (sonríe, medio preocupado):
No puedo llevar esta vida, no señora…pero me voy a ganar la lotería, hoy sí va a ser, van a ver…No puedo llevar esta vida que llevo…

Miguel piensa en la frase de la anciana. Observa el fajo de dinero que tiene el lotero. Se detiene un momento sobre las palabras. Después reacciona y les da la mano a los dos. La anciana lo mira conmovida. Don Octavio vuelve a su actitud de vendedor de lotería. Miguel guarda el billete en el bolsillo interior de su blazer. Continúa su camino.


7. EXTERIOR: TARDE. OTRA CALLE DE LA CIUDAD. LA AVENIDA CERCANA AL APARTAMENTO DE LA FAMILIA VELÁZQUEZ.

Miguel camina. Y en su camino es testigo de cómo un ciego intenta cruzar una inmensa avenida. Sufre por esa situación, y murmura una serie de frases, en realidad palabras sueltas que sólo él podría entender. El ciego agita el palo en el aire y también murmura algo que no alcanzamos a oír.


8. INTERIOR: TARDE. EDIFICIO DEL APARTAMENTO DE LA FAMILIA. ASCENSOR.

Miguel llega al edificio en donde vive. Desde afuera vemos cómo le da la mano al portero, que parece sorprendido, le da la mano y lo saluda con mucha emoción. Miguel inclina levemente la cabeza y presiona el botón para tomar el ascensor. Corte a: Miguel en el ascensor: piensa, dice palabras, sonríe de vez en cuando como si imaginara un diálogo.


9. INTERIOR: TARDE. HALL DEL PISO DEL APARTAMENTO.

    Miguel sale del ascensor. Camina hacia la puerta. Se detiene como si pensara algo inevitable. Siente algo de mareo (cortar a: imágenes borrosas del suelo, de los números en las puertas de los apartamentos, de las barandas de las escaleras). Recupera el equilibrio. Busca las llaves de su apartamento. Mira de nuevo la puerta, como si intuyera lo que le espera. Encuentra las llaves (prendidas a un llavero en forma de una de esas pequeñas bolas de cristal que contienen una casa en medio de la nieve simulada). Vemos cómo su mano temblorosa intenta introducir las llaves en la cerradura.
 

10. INTERIOR: TARDE. APARTAMENTO DE LA FAMILIA. SALA.

Desde el punto de vista de Graciela y Mercedes Velázquez, sus tías, las hermanas de su mamá, una mujeres de más de sesenta años que esperan sentadas en la sala, vemos la entrada de Miguel al apartamento. Es una sala amplia, llena de muebles y de minúsculos objetos decorativos. En vez de un apartamento de familia, el de los Velázquez parece un almacén de muebles antiguos. Miguel, sorprendido, algo asustado, les sonríe a sus tías. Graciela se levanta. Mercedes parece aburrida, hastiada: fuma sentada en el gran sillón de la habitación.

Graciela (histérica):
Muy bien, muy bien, muy bien: llegó el muerto viviente. Mercedes estaba a punto de un infarto.

Plano de Mercedes, hastiada, inconmovible.

Graciela:
¿Ahora sí estás contento?, ¿sabes cuántas veces hemos llamado a los hospitales y a la morgue?, ¿no había teléfonos ni nada?, ¿en dónde estabas?, ¿no se te ocurrió llamarnos en algún momento, en algún ratico, en algún descanso de estos días? Porque fueron bastantes días por fuera…

Mercedes (amargada, arroja la ceniza acumulada del cigarrillo sobre el tapete, después mira el reloj):
Nueve días dentro de diez minutos.

Graciela (sin poder creerlo):
Nueve días dentro de diez minutos. Yo no sé qué diría tu mamá, Miguel. (Ahora pensando en voz alta, como para el público) Yo no sé qué diría…

Mercedes (harta):
Ana era una loca: estaba mal de la cabeza, como él. (Mira a Miguel) Y nosotros que pensábamos que lo único que le habías heredado era el reloj…

Miguel mira el reloj. Mira la hora.

Graciela:
Sí, pero loca, o lo que sea, nunca, ni siquiera con todo su libertinaje y su desorden, pasaba nueve días por fuera de la casa. Nunca, nunca, nunca tuve que llamar a la policía para buscarla.

Mercedes:
No, claro: la policía siempre, siempre, siempre la traía a la casa por su propia cuenta.

Graciela:
Debe estar revolcándose en la tumba, la pobre Ana.

Mercedes:
O en el cielo, o en el infierno, pero revolcándose, como siempre.

Miguel no sabe qué decirles, no sabe cómo reaccionar ante los regaños.

Graciela:
Espero que te des cuenta de todo lo que estás haciendo. Todos los actos traen sus consecuencias.

Mercedes:
El SIDA, en este caso.

Miguel se toma la cabeza como si le fuera a explotar. Lo hace con una dignidad asombrosa, claro, como si en verdad, en vez de ser Miguel Ricardo, fuera el propio Alfred Hitchcock. 

Graciela:
Di algo: ¿no tienes nada qué decir? Al menos dinos en dónde estabas: no te imaginas lo que has hecho sufrir a Mercedes.

Mercedes (sin emoción):
La vida es un pozo inmundo…(fuma) y alquilado, Miguel: deja  las cosas en paz (carraspea, y su carraspeo es, para decir verdad, asqueroso): parece como si no te hubieras dado cuenta de que ya estás demasiado viejo para creer en Dios y para andar en crisis adolescentes y todas esas cosas…

Miguel abre los ojos. No puede creer lo que está oyendo.

Mercedes (arroja más ceniza al tapete):
Pareces un niñito de ocho años, Miguel, pero con el agravante de que estás muy, muy, pero muy gordo (carraspea): el único mal pensamiento que inspiras lo inspiras cuando no dejas ver a los de atrás en el cine. Por eso es que te la pasas en cinematecas.

Graciela (desesperada):
Dinos algo, Miguel: ¿en dónde estabas, dónde dormías?

Miguel mira al suelo, como si en vez de un hombre de cincuenta años fuera un niño que recibe un regaño por su última travesura.

Miguel (resignado):
Yo no sé muy bien, no sé: estaba en cine.

Graciela (alterada):
¿Nueve días?

Miguel:
Estaba en un ciclo de películas de Hollywood.

Mercedes (sin emoción):
¿Y en qué motel?

Miguel (algo mareado, pero con cierta ironía):
¿Puedo irme a mi cuarto?

Graciela:
¿Sin dar ninguna explicación?

Miguel (con ironía, y con voz de hombre importante):
He convocado a una rueda de prensa para mañana (sonríe con sarcasmo): están todos invitados…(Ante la imagen inconmovible de sus tías) Es que no ha pasado nada, es que no he hecho sino ver películas…es la misma discusión de siempre: yo quiero hacer una película…

Graciela:
Se te va secar el cerebro de tanto ver porquerías…Qué irresponsabilidad: no dijiste nada en la Universidad…Gabriel está muy asustado…Por Dios: hacer películas…

Mercedes:
Yo quiero ser bombero cuando grande…

Graciela:
¿Sabes que se necesita para hacer una película?: suerte y dinero…

Mercedes:
¿Y para casarse?

Miguel:
Pero pues no he estado ahorrando para nada…
 
Graciela (molesta):
Miguel: olvídate de eso...las películas te van a matar…

Mercedes (hastiada, a Graciela, sin emoción):
Él es el que nos va a matar a todos, eso es lo que va a terminar haciendo. Te va a amarrar a ti, te va a violar -eventualmente, no sé-, después me va a quemar viva y nos va a rematar con la pistola de papá (fuma un poco): va irse para el primer restaurante que encuentre, va a cerrar la puerta con seguro, los va a matar a todos -vísceras y cabezas y sangre- y nos vamos a sentir orgullosísimas en el infierno porque al menos alguien de los Velázquez hizo algo en la vida (fuma de nuevo). La masacre de abril, se va a llamar.

Graciela y Miguel se quedan en silencio, aterrados por la versión de Mercedes sobre el futuro. Mercedes intenta una sonrisa, pero fracasa. Fuma, deja caer un poco de ceniza sobre el tapete. Corte a:


11. INTERIOR: NOCHE. APARTAMENTO DE LA FAMILIA. ESTUDIO.

La imagen de la puerta del estudio, en realidad una inmensa biblioteca muy antigua que, en vez de estar dominada por los libros, se halla completamente llena de películas en formato de vídeo. Una serie de reproducciones de pinturas de “el Bosco” dominan la habitación. De un momento a otro, e interrumpiendo la descripción que, haciendo las veces de Miguel, ha hecho la cámara, vemos que al estudio entra el Padre Juan Pablo Montañéz, el cura de unos setenta años, de gafas, que ha acompañado a la familia desde siempre. Durante la escena, en realidad una descripción de los movimientos del Padre desde el punto de vista del regañado, vemos muy poco a Miguel (en verdad lo vemos sólo un momento hacia la mitad de la escena, y, de nuevo, hacia el final de la secuencia), que, derrotado por los nueve días de insomnio, soportará con estoicismo las recomendaciones del sacerdote, y, más adelante, del siquiatra.

Padre Montañéz (conciliador):
No te levantes, mijo, no te levantes.

Miguel (en off, y, por supuesto, de pies):
Padre, qué pena verlo por acá…

Padre Montañéz (mientras se sienta): 
¿Cómo has estado?

Miguel (en off, nervioso):
Bien, sí señor, muy bien.

Padre Montañéz (invita a Miguel a sentarse):
He sabido que un poco disperso.

Miguel (se sienta, en off):
Un poco disperso, sí señor.

Padre Montañéz:
No has vuelto a misa…

Miguel (en off, con ánimo de ser chistoso):
Sí señor: es que las obleas que dan no tienen arequipe, y la verdad me perdí el capítulo de hace quince días…

El Padre Montañéz, molesto, finge una sonrisa. Corte a: minutos después, el Padre en medio de su discurso.

Padre Montañéz (entregado en su discurso, manotea):
Ir por el medio de la vida, Miguel: no dudar del camino de la mesura, ni del equilibrio, disfrutar lo que Dios -qué pena involucrarlo, yo sé que parezco una novia boba cuando hablo de Él-, disfrutar todo lo que Dios nos dio. El estar inconforme es el delito del terco, mijo. (Con voz casi aniñada) ¿Y tú no eres terco, cierto?

Corte a: de la misma manera que el cura, con la misma prudencia, y esta vez con el acompañamiento de Graciela, el doctor Daniel Caballero, un hombre de unos cuarenta años, el mismo siquiatra que atendió a la mamá de Miguel hasta unos días antes de su muerte, entra en la escena.

Doctor Caballero:
Buenas…¿Interrumpo?

Padre Montañéz (iluminado, como un fanático del doctor):
Cómo va a interrumpir algo el mejor discípulo de Freud. Sólo estamos hablando.

Doctor Caballero (encantado):
Pero si aquí está el heredero directo de Cristo, el mejor lector de García Márquez después de García Márquez.

Los dos hombres se abrazan entusiasmados. Vemos a Miguel que, aterrado, de verdad deshecho por todos los eventos del día, no puede creer lo que está pasando. Corte a: minutos después, primer plano del doctor Caballero.

Doctor Caballero (fascinado con sus propias palabras):
Tu mamá no estaba loca: no era esquizofrénica, ni paranoica (piensa, mira al infinito con una seriedad casi ridícula)…no tanto. ¿Qué quiero decirte? Vamos parte por parte: a ver, no lo vayas a tomar literalmente, Miguel -nada es blanco o negro en el mundo-, no lo tomes mal, pero la verdad es que hay que resignarse, Miguel. Ese -fíjate que no te estoy cobrando nada, fíjate-, ese es el secreto de las cosas, el secreto de la vida. Este es el mundo: no hay más. El mundo es el mundo y el resto es ganancia. Tienes alumnos que te quieren, dictas la cátedra más hermosa de la literatura en castellano…

Corte a: plano fijo del padre, que, como un locutor de televisión, y minutos más tarde, continúa su argumentación.

Padre Montañéz (mira de lado a lado, como si eventualmente se dirigiera al doctor y a Miguel):    
Tú sabes lo que dicen: cuánto penar para morirse uno. Pero tú también sabes lo que pasa: la pena es el irremediable camino a la felicidad, el sufrimiento es la batalla diaria, mijo, y la vida es una guerra que los cristianos ganamos cuando los demás la creen perdida. Para nosotros la vida es un sueño que se termina en el cielo, para los demás es una pesadilla interminable.

Corte a: plano fijo del siquiatra, que, como un maestro de una religión antigua, continúa con su discurso.

Doctor Caballero (ahora sonriente, y entregado a sus palabras):
Y hay que tener cuidado con confundir los sueños con las metas. Y más cuando uno tiene una enfermedad como la tuya. ¿Que tienes el sueño de hacer películas? Pues al baúl de los sueños: no te dejes nublar por los nervios. Pasado mañana me voy a España -Madrid, Barcelona, Valencia, Mallorca-, y vuelvo en tres meses: sin embargo, y hasta que yo vuelva, te vas a tomar esta pastillita (saca una caja de dentro de su blazer): es contra el insomnio y a favor del sueño (se la entrega a Miguel). ¿Tienes un vasito de agua?

Padre Montañéz (en off, corrige):
Un vasito con agua.

Doctor Caballero (reanuda el discurso):
¿Quién dijo que no podíamos soñar, Miguel? Los sueños están bien. Son para eso. Sólo tenemos que dejarlos ser sueños, y eso es todo.

Vemos que Miguel, como un autómata, se toma la pastilla. Corte a: plano fijo del cura, que concluye su discurso.

Padre Montañéz (sonriente):
Y tú mejor que nadie lo sabes…Dios: ¿a quién le hablo de literatura española?, al encargado de la cátedra sobre Siglo de Oro…, tú lo sabes, mijo, tú lo sabes muy bien: que todo en la vida es sueño, y los sueños, sueños son.

Corte a: plano fijo del siquiatra, que termina sus palabras.

Doctor Caballero (feliz de la vida, recita):
¿Qué es la vida? Una mentira. ¿Qué es la vida? Una ilusión. Que todo en la vida es sueño, y los sueños, sueños son.

Corte a: plano de Miguel que comienza a quedarse dormido.


12. INTERIOR: NOCHE. APARTAMENTO DE LA FAMILIA VELÁZQUEZ. LA SALA.

Miguel, el cura y el siquiatra salen del estudio y llegan a la sala en donde Graciela, impaciente, y Mercedes, hastiada, esperan el resultado de las conversaciones. Miguel se ve deshecho, triste, derrotado.

Graciela (animada):
¿Cómo nos fue?

Doctor Caballero:
Divinamente, Gracielita.

Padre Montañéz:
Fabuloso. Ya no nos vamos a cambiar de nombre.

Doctor Caballero:
Y vamos a tomar el cine con calma, para pasarla bien, para soñar un poco, (a Miguel) ¿no es cierto?

Miguel (respetuoso):
Sí señor.

Doctor Caballero:
El mundo está lleno de novelas y de películas sin terminar…lo mejor es zapatero a tus zapatos…

Graciela (conmovida, camina hasta donde Miguel, lo abraza):
Pobrecito. Pobre Miguel. Tienes que dormir y comer, mi amor.

Doctor Caballero:
Comer muy bien, pensar en otras cosas, no dejarse contaminar tanto de la Universidad.

Graciela:
Sí, sí, sí: te obsesionas mucho, te pones muy nervioso…(Reflexiona) Tienes que avisar que estás bien, tienes que llamar a Gabriel.

Doctor Caballero:
Nada es irremediable, Miguel: tienes que acostumbrarte otra vez a estar vivo.

Mercedes (harta, con una risa gastada):
La otra es suicidarse: claro, con cuidado de no ir a hacer reguero, con discreción, con valor, con altura…Desde un noveno piso, por ejemplo.

Padre Montañéz (casi molesto):
El humor ácido de Merceditas, mijo. La vida es la vida…

Graciela:
Dios sabe cómo hace sus cosas, Miguelito.

Doctor Caballero:
Las crisis son el estado real de cualquier hombre…(piensa) Y no lo digo yo.

Todos se quedan mirando a Miguel, como si esperaran que dijera algo, que confirmara cualquier versión de los hechos. En medio del silencio, como un respetuoso niño de diez años, Miguel levanta la cabeza.

Mercedes:
Ya se les acabaron las frases. Ya puedes irte.

Miguel (sin saber bien qué decir):
Buenas noches a todos. Yo creo que me voy a acostar ya. Estoy muy cansado. Tal vez lo mejor sí es descansar, ¿cierto?

Doctor Caballero:
Lo mejor para todos. Mañana hay que ir a trabajar.

Miguel (ve a Graciela):
Mañana llamo a Gabriel, mañana voy.

Padre Montañéz:
Y mañana ya es otro día, mijo.

Mercedes (fuma):
Mañana es jueves.

Graciela (conmovida):
Duerme bien. Duerme muy bien. Descansa.

Todos lo miran con una compasión más bien irritante.

Miguel (para cerrar el día):
Bueno: permiso. Que pasen buena noche y todo eso.

Todos le responden más o menos al tiempo, y se quedan en silencio mientras él desaparece.


13. INTERIOR: NOCHE. APARTAMENTO DE LA FAMILIA VELÁZQUEZ. LA HABITACION DE MIGUEL.

Miguel entra en su cuarto. Prende una lámpara. Cierra la puerta con cuidado. Se queda frente al retrato de su mamá y, aunque no lo hace en voz alta, dialoga con ella de tal manera que somos testigos de palabras sueltas, sonrisas, gestos. Saca la piyama de debajo de la almohada de su cama, entra en el baño para ponérsela, y, mientras se cambia de ropa, mientras lo oímos lavarse los dientes, somos testigos de las paredes de su cuarto, de su pequeña biblioteca, de una reproducción de Las Meninas y de un grabado de Doré sobre la muerte del Quijote. Cuando después de la breve descripción, Miguel sale del baño, viene en piyama, con una piyama muy seria, muy elegante, y con la ropa del día en los brazos. Apaga la luz del baño. Le da las buenas noches al retrato de su madre, saca de la biblioteca una versión de La vida es sueño, de Calderón de la Barca, se sienta a leer en la silla mecedora de su cuarto, y entonces, por culpa del somnífero que Caballero le ha suministrado, se queda dormido mientras lee. El cura, el siquiatra y las tías se asoman para ver cómo está, con trabajo lo trasladan a la cama, y, acto seguido, salen con cuidado de la escena. Antes de salir, Mercedes le sonríe a la imagen de Miguel dormido. Corte a:  


14. INTERIOR: NOCHE. APARTAMENTO DE LA FAMILIA VELÁZQUEZ. EL ESTUDIO.

Graciela, con afán y nerviosismo, y Mercedes, con un cigarrillo en la boca, echan todas las películas de la inmensa colección en bolsas negras de basura. Una vez completan una bolsa la dejan junto al cura y al siquiatra.

Doctor Caballero:
¿Cuántos años tiene esta colección?

Mercedes:
Diez menos que Miguel, creo.

El doctor Caballero no entiende muy bien, intenta hacer la cuenta.

Graciela:
La comenzó a hacer cuando tenía diez años. Ana estaba viva, se acababa de ir Miguel (Miguel, el papá de Miguel, se acababa de ir de la casa) y Ana no sabía qué hacer, sufría mucho, le alcahueteaba cualquier cosa al niñito.

Mercedes (concentrada en su trabajo):
¿No da como pena botarla?, ¿botar la colección?

Padre Montañéz:
No da pena cuando se trata de salvar a alguien, mijita.

Doctor Caballero:
Eso le está haciendo daño, Mercedes. El pobre tipo ya no soporta estar en la realidad, ¿no has visto?

Graciela:
Sí, sí, pobre: no podemos permitir que se gaste sus ahorros en películas…no señor: eso es para otras cosas…pobre: nunca termina nada…perdió el…no sé, ¿contacto con el mundo?

Doctor Caballero:
Perdió el contacto con el mundo.

Corte a:


15. EXTERIOR: NOCHE. EDIFICIO DEL APARTAMENTO DE LA FAMILIA VELÁZQUEZ. EL JARDÍN.

    Graciela y el doctor Caballero encienden una hoguera, que comienza a elevarse como si fuera la de una misa secreta, o la de una reunión de magia negra. El padre saca las películas de la bolsa y entrega a Graciela las que deben ser quemadas. Mercedes observa mientras fuma. 

Padre Montañéz (saca una película de la bolsa, la mira, lee en voz alta):
Después de las horas (lee la contra carátula por encima de las gafas): una alocada noche en Nueva York…(la mira por lado y lado) A la basura: demasiado tensionante…

Se la entrega a Graciela. Graciela se la entrega al doctor.

Doctor Caballero (mira la película):
Yo me la vi.  Yo me la vi. Yo me la vi. Demasiado horror para Miguel (la arroja al fuego).

Padre Montañéz (saca otra película de la bolsa):
El lado oscuro del corazón…(le da la vuelta): ¿la conocemos?

Se la entrega a Graciela. Graciela la entrega al doctor sin mirarla.

Doctor Caballero (la echa al fuego sin mirarla):
Yo me la vi: qué porquería.

Padre Montañéz (saca un paquete de películas, las mira):
Estas son las de Hitchcock. (Piensa, las mira, el fuego se le refleja en las gafas) Yo me las quedo.

Corte a:

Doctor Caballero:
Las de Almodóvar: todas al fuego…

Padre Montañéz:
La Guerra de las Galaxias…(Piensa, las mira, las deja sobre las de Hitchcock). A mi sobrino le encanta…

Doctor Caballero (muy concentrado):
Todos los musicales a la hoguera: no hay nada más inverosímil que eso. Como en La novicia rebelde, cuando, como alienados, un poco de niños salen a cantar por Salzburgo con la empleada del servicio que acaba casándose con el papá…(hecha una cantidad de películas al fuego).

Padre Montañéz (con una columna de videos en sus brazos):
¿Y las de vaqueros?

Doctor Caballero:
Sólo se salvan las de Sergio Leone. Quememos todas las que tengan vaqueros limpios y de ojos azules.

Mercedes bota el cigarrillo al suelo. Va hasta una bolsa de basura y comienza a botar todas las películas sin mirarlas. Los otros dos se quedan mirándola.

Mercedes:
No vamos a acabar nunca.

El padre y el doctor se quedan mudos. Después la imitan. Antes de dedicarse como un autómata al oficio de la quema, el Padre se queda mirando una columna.

Padre Montañéz:
¿Y las de Woody Allen, Gracielita?

Graciela:
Está haciendo mucho frío, Padre. Terminemos. Ya son como las once.

La imagen se desvanece poco a poco, mientras Mercedes, Graciela, Caballero y el cura se dedican a arrojar videos al fuego.


16. PANTALLA EN NEGRO.

Sobre una pantalla de fondo negro, y al tiempo que oímos el sonido del fuego, el carraspeo y las toses de los cuatro censores, vemos las palabras: Segunda Parte: Que trata del nacimiento de Miguel Velázquez y de su regreso al mundo de los vivos


    17. INTERIOR: DÍA. APARTAMENTO DE LA FAMILIA VELÁZQUEZ. LA HABITACIÓN.

El día siguiente. Miguel sentado sobre su cama, vestido con la misma elegancia de todos los días (aún no se ha puesto los zapatos), prepara su maleta frente al espejo grande de la habitación. Se pone de pies. Murmura algunas cosas que sólo él podría entender. Se ve renovado, como si toda la primera parte de la historia hubiera sido una pesadilla. Cierra la maleta con cuidado. La deja en el suelo. Corte a:


18. INTERIOR: DÍA. APARTAMENTO DE LA FAMILIA VELÁZQUEZ. EL ESTUDIO.

Los anaqueles de la biblioteca se encuentran completamente vacíos. En donde había una inmensa colección de películas sólo quedan las redes de polvo propias de los estantes abandonados. Miguel se queda ahí y en su cara inexpresiva intuimos su horror: la colección que ha hecho durante toda su vida ha desaparecido, ya no hay nada por hacer. Corte a:


19. INTERIOR: DÍA. APARTAMENTO DE LA FAMILIA VELÁZQUEZ. LA SALA.

 Miguel recoge los periódicos que aún se encuentran sobre el tapete de la puerta de entrada del apartamento. Sin leer los titulares, después de deshacerse de las secciones de Deportes, Política y Economía, encuentra la publicidad de la Lotería Nacional y revisa los números de la lotería en el periódico. Por sus gestos, y porque rompe en muchos pedazos el billete que le había comprado a don Octavio, notamos que no ha comprado el número ganador. Entonces aparece Amelia, la empleada de los Velázquez, una mujer de unos sesenta y cinco años que tiene una pata de palo.

Amelia (entusiasmada):
¿Ya volvió Miguelito?

Miguel:
Sí, señora, y ya me voy.

Amelia:
Nos tenía muy preocupados a todos: es que eso de no saber nada de una persona sí es muy duro…

Miguel:
Yo sé Amelita: lo que pasa es que no tenía nada de ganas de pasar por acá.

Amelia:
Y eso las señoritas han hecho un escándalo que usted no se imagina…

Miguel:
Sí vi, sí señora: anoche estaban como unas locas.

Amelia:
Que usted andaba con viejas, que a usted sólo le importan las películas y esas cosas, que se creía la última maravilla del mundo, que ellas siempre tienen que hacer lo que a usted le da la gana…

Miguel:
Todo eso me dijeron, claro. Todas esas cosas.

Amelia:
Y yo les dije: “pero ¿no ven que él ya está muy grande, ya es un hombre hecho y derecho y tiene que tener sus novias y hacer sus cosas, y qué se van a estar metiendo ustedes en su vida y en sus cosas?”.

Miguel asiente. Se quedan mirándose con cierta tristeza. Amelia repara en la pequeña maleta que Miguel tiene a su lado. Parece muy triste. Miguel mira hacia un punto que sólo existe en su imaginación.

Amelia:
¿Y es que se va, mi amor?

Miguel:
Es que aquí no me quieren, Amelita: yo me he quedado todo el tiempo, todo este tiempo, que dizque a acompañarlas (las quiero mucho, claro, y usted misma sabe, Amelita), pero si ahora resulto todo eso, todo lo que me dijeron, todo lo que le dijeron a usted, no sé para qué quedarme. ¿Para qué?…¿no vio lo que quedó de mi colección?

Amelia:
¿Las películas?

Miguel:
Sí, las películas: ¿no vio cómo las dejaron?

Amelia:
No, ¿luego las quitaron de donde estaban?

Miguel:
Estoy sospechando que las quemaron o algo así.

Amelia (retadora):
¿Qué?, ¿verdad?

Miguel:
Pues ya no están. No queda ninguna. Y o las enterraron o las quemaron o las botaron a la caneca. Y todo como por un odio extraño, como si se estuvieran vengando de algo, de yo no sé qué cosa…

Amelia (súbitamente triste):
Pobre mi Miguelito: la señora Anita se moriría otra vez si supiera todo esto…

Miguel:
Y todas las mamás se mueren, Amelita. Eso es lo más absurdo de todo, ¿cierto?: que todas las mamás se mueren…

Amelia:
¿Y a dónde se va a quedar?

Miguel:
Yo no sé, Amelita. Pero apenas sepa la llamo para que no se preocupe…

Amelia:
Porque yo me voy con usted, mijito, yo no abandono a mi chinito…

Miguel (le da un beso en la frente):
Yo sé Amelita. Yo sé…

Amelia mira al suelo, como si fuera a llorar.

Miguel (restaurado, con energía):
Pero no se ponga tan triste que aquí comienza otra vida, y nada más. Ya es hora de empezar otro capítulo, Amelita. No puedo seguir encerrado acá. Tengo ganas de ver el resto del mundo. Va a ver que eso nos vamos a hablar todo el tiempo. Y va a ver que voy a hacer una película, Amelita -Ir y venir, se va a llamar, y va a ser la historia de mi papá-, y va a ver que usted va a ser importantísima….

Se quedan mirándose. No saben qué más decirse. Amelia vuelve a concentrar su atención en la maleta.

Miguel (ofreciéndole los brazos):
Venga, venga. Va a ver que todo va salir muy bien.

Se abrazan durante un tiempo. Cortar a:


20. EXTERIOR: DÍA. LA CALLE. LA ESQUINA DE DON OCTAVIO.

Miguel camina por la calle con su pequeña maleta y, gracias a una sucesión de planos cortos y largos, en su caminar, en su actitud caballerosa con quienes se encuentra, en su bondad, en su fe en cada uno de sus pasos, es evidente que no pertenece a este mundo. Cortar a: después de un rato, en la esquina de don Octavio: gracias a un lento acercamiento de la cámara, somos testigos de que Miguel elige por segunda vez el número noventa y ocho, ochenta y seis. Saluda al lotero con amabilidad, se ríen de cualquier cosa, voltea a ver a la anciana adivina, cuñada de don Octavio, y la saluda respetuosamente. Gracias a sus gestos (cuando ya se ha despedido, se voltea y dice algo más) vemos que quedan de verse pronto, y que Miguel ha dejado la maleta junto al lotero y entonces, casi de inmediato, tiene que volver por ella. La levanta. Camina.


21. EXTERIOR: DÍA. LA CALLE. LA AVENIDA CERCANA AL APARTAMENTO DE LA FAMILIA VELÁZQUEZ.

Miguel continúa su camino, y todo parece normal hasta  cuando llega a la avenida. Entonces vemos cómo su cara deja ver su angustia ante el nuevo intento del ciego de la séptima escena por atravesar la gran avenida. Miguel murmura frases que sólo él puede entender y hace un gesto de tristeza antes de subir a un taxi, que se detiene ante su mano discretamente estirada. El taxista sale del carro y guarda la maleta de Miguel en el baúl del carro.


22. EXTERIOR: DÍA. LA CALLE. EN EL TAXI.

Un taxi lleno de imágenes religiosas. Una zapatilla de cristal que cuelga del espejo del carro. Del radio viene Platos vacíos, una canción cantada por los Fabulosos Cadillacs y Celia Cruz. El taxista se asoma por el espejo retrovisor para que Miguel comience la conversación. Miguel, que todavía luce impresionado por la suerte del ciego, no encuentra alternativa.

Miguel:
Vamos para la Universidad de Bogotá, si es tan amable.

Taxista:
Cómo no, con mucho gusto.

Miguel mira por la ventana. Ve a un mendigo que arrastra una cantidad de objetos rotos en una manta casi destrozada. Angulo inverso: Miguel observa ensimismado la escena. Regresa su mirada hacia dentro del taxi, y, cuando sin querer, dirige su mirada hacia el frente, descubre la mirada atenta del taxista en el espejo retrovisor. Entonces el diálogo se vuelve inaplazable. 

Miguel:
¿Y qué?: ¿mucho trabajo?

Taxista (entusiasmado):
Ahí más o menos. No me puedo quejar, pero al final me quejo (se ríe con descontrol, como un enviado del infierno).

Miguel intenta reírse al tiempo con el taxista, pero no lo consigue. El taxista vuelve a acomodarse en su lugar.

Taxista:
No, en serio: mire que ayer, por ejemplo…(mira hacia un lado, como preocupado por los movimientos de los demás carros) por ejemplo ayer: todo esto estaba desocupado, no había ni un solo carro, ni uno solo. Eso podía moverse uno facilito, sin problemas. Y fíjese que no conseguí ayer ni un solo pasajero. (Mira a Miguel a través del espejo retrovisor) Qué tal la joda, ¿ah?

Miguel (tratando de parecer interesado):
Tremendo. Esta ciudad es una cosa horrible.

Taxista:
No, tampoco. Tiene sus días, cómo no. Pero esto era lo que quería decirle: que hoy con todos los trancones y todo, cómo le parece que me ha ido lo más de bien. Todo el día he tenido trabajo…

Miguel:
Increíble, ¿cierto?

Taxista:
Yo no diría eso. Tampoco. Lo que pasa es que hay días de días. Mire, ¿cómo le digo, mano? Uno no puede esperar lo mismo todos los días…Así es la cosa: (transformado por la emoción) ¿no vio lo del suicidio de la gente esa en ese pueblo?, es que la gente si está muy influenciadas por esos berracos, pero como nadie se atreve a decir nada…

Miguel (extrañado):
No le entiendo. ¿Decir nada de qué?, ¿cuáles berracos?  

Taxista:
Pues los ovnis, mano. (Risueño y sorprendido) ¿Cuáles berracos?, pregunta éste. Los ovnis, mano. Los ovnis saben todo lo que hacemos acá, y nos miran todo el tiempo, ¿y muchas de estas cosas que hacemos?, ¿todo esto de manejar taxis y tener trabajos?, todo eso es hecho por ellos.

Miguel (preocupado):
Cómo es la cosa: ¿todo lo que nos pasa está planeado por los extraterrestres?

Taxista:
No, tampoco. Si no entonces qué es lo que hace Dios. Pero eso sí son unos duros esos manes. Los ovnis, mano: eso son unos tipos de unos poderes tenacísimos, ellos pueden hacer explotar cosas, y levantar camiones y una cantidad de cosas…(Mira hacia los lados, saca una mano por la ventana para pedir el paso) a mí me visita un berriondo de esos, por la noche, y eso yo estoy ya pa’ dormirme, y con mi mujer al lado, y este berraco viene y me coge de la mano -es chiquitico ese jediondo, como del tamaño de un niño-, y así yo esté dormido me coge y me lleva por allá a su ciudad, que es parecida a esta, pero eso toda llena de tecnología…

Miguel (aterrado, intentando ser ecuánime):
Qué angustia. Qué susto.

Taxista:
No, ya no. Angustia la primera vez que uno cree que se está muriendo, o algo peor…(se queda pensando, sonríe) y eso es lo más de impresionante porque  él se materializa por las noches no más, y de día se para en una fuente que hay ahí por el barrio…

El taxista se ríe como un loco: un carro se le atraviesa y pita desconsideradamente. Entonces se ríe como si se acordara de algo. Mira a Miguel por el espejo retrovisor.

Taxista:
Es un loco, ese berraco, todo chiquito…

Miguel se voltea a ver hacia la ventana, como símbolo de todas las ganas que tiene de salir de ahí. Vemos con él a un mendigo mutilado, que se arrastra en un silla de ruedas improvisada y pide dinero a los conductores de los carros. Angulo inverso: Miguel, aterrado, confundido, sin saber qué hacer ni hacia dónde mirar. Corte a:


 23. EXTERIOR: DÍA. LA CALLE. ENTRADA A LA FACULTAD DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD DE BOGOTÁ.

Desde fuera del taxi, vemos que Miguel le paga al taxista lo que le debe por el viaje, vemos que baja del carro con una cara de nerviosismo evidente, y que, después, una vez ha cruzado la calle, entra a la Facultad de Literatura de la Universidad.


24. INTERIOR: DÍA. LA FACULTAD DE LITERATURA. DE LA ENTRADA A LA DECANATURA.

Miguel avanza, se pierde por los pasillos, en medio de estudiantes (que oscilan entre aquellos que tienen el pelo pintado de colores, y cargan algún arete en la nariz, esos seres pálidos como a punto de desmayarse, y esos seres solitarios dedicados a murmurar palabras solos), y en medio de profesores (de barba y mochila unos, muy serios otros, comunes y corrientes los que quedan): lo miran con cierto asombro, pues hace rato no lo veían. El los saluda con una dignidad increíble, como si perteneciera a la realeza. Sonríe con delicadeza. Llega hasta la oficina del Decano. Antes de entrar, se da cuenta de que ha dejado la maleta en el baúl del taxi. Pero conserva la dignidad.  


25. INTERIOR: DÍA. LA FACULTAD DE LITERATURA. LA DECANATURA. LA OFICINA DE GABRIEL MOLINA.

Desde su propio punto de vista, vemos que Miguel entra en la decanatura. Frente a Miguel está Fabiana, la secretaria de Gabriel, quien, a  pesar de las bufandas que se ha puesto para protegerse, sufre una gripa insoportable. Miguel le pregunta con un gesto si puede seguir a la oficina de Gabriel. Ella estornuda. Después, cuando aún se recupera del ataque, asiente. Corte a: desde su propio punto de vista, vemos que Miguel entra en la oficina de Gabriel Molina, el decano de literatura, lector obsesivo de El palacio de la luna, de Paul Auster, un hombre viudo y solitario, su gran amigo desde cuando estudiaban en la Universidad.  Molina está sentado en su escritorio, en donde se hayan varias ediciones de la novela mencionada, y una foto de una mujer, que es la esposa de Molina. Habla por teléfono con alguien que le está lanzando un monólogo insoportable. Mientras Miguel lo mira, Gabriel deja el auricular sobre el escritorio y comienza a hacerle gestos de desaprobación, muecas de burla a la persona con quien habla. Después recupera el teléfono, asiente repetidamente con cualquier monosílabo, golpea el suelo con los pies como gesto de desesperación, y cuando va a desfallecer, abre los ojos con emoción porque la persona se despide.

Gabriel (en el teléfono):
Adiós, adiós…Me parece perfecto…Sí, sí señora…Sí señora…Chao (cuelga el teléfono, exhala con violencia, como diciendo: “por fin”).

Miguel:
¿Su mamá?

Gabriel:
No está de acuerdo con la forma como estoy llevando la Facultad.

Miguel:
¿Y qué podemos hacer?

Gabriel:
Nada, nada (piensa, reacciona en medio de la risa): cambiar la Facultad…

Miguel (sonríe):
Igual siempre tiene razón.

Gabriel se levanta. Sale un momento de la oficina. Oímos un nuevo estornudo de Fabiana. Gabriel vuelve a entrar. Miguel lo espera con ansiedad.

Gabriel (en el camino a sentarse):
Bueno. ¿Qué es lo que está pasando? (se sienta con cierto cansancio fingido), ¿qué pasó la semana pasada?, ¿por qué no vimos a Miguel Ricardo la semana pasada?, ¿por qué no lo encontraba ni la policía?

Miguel (sonríe):
Primero que todo, me niego a hablar de mí en tercera persona. Segundo -y yo sé que esto va sonar como raro, pero tenga fe en mi- ya no me llamo Miguel Ricardo, como mi papá: me llamo Miguel Velázquez, como mi mamá.

Gabriel (superando el impacto):
Igual se llama Miguel…Igual no vino la semana pasada…¿Qué está pasando?: dígame la verdad de todo…o si no llamo a mi mamá y se la paso…

Miguel (se ríe):
Júreme que no se ríe si le digo la verdad.

Gabriel:
Le juro que si es la verdad me muero de la risa…

Miguel (piensa un momento):
Bueno, aquí va la vaina…(carraspea) es que quiero hacer una película, Gabriel.

Gabriel aprieta los ojos como si no hubiera entendido nada. Inclina un poco la cabeza como para darle sentido a las palabras de Miguel. Corte a:


26. EXTERIOR: DÍA. LA FACULTAD DE LITERATURA. UN JARDÍN.

Una media hora después. Gabriel está sentado en un tronco del jardín de la Facultad.  Miguel camina a su alrededor para darle énfasis al discurso.

Miguel:
La idea es filmar una historia en contra de todo este desastre, y esta desesperanza, y este sin sentido. Y qué pena ser como tan teatral, pero es que es eso lo que quiero hacer: quiero hacer una cosa como Cantando bajo la lluvia: una película que de ganas de vivir…(reacciona) esta historia es una especie de autobiografía, una cosa en blanco y negro, casi muda, una cosa muy bonita sobre mi papá y mi mamá…

Gabriel (con ironía):
Se oye muy comercial, en todo caso: una película muda, y en blanco y negro sobre los papás…se va a tapar en plata…

Miguel (con algo de risa):
¿Suena medio mal?, ¿cierto?

Gabriel:
Suena como a que se está volviendo loco…Sus tías acaban de llamarme: me tienen loco…

Miguel (con los ojos brillantes):
Esto es mi vida, hombre: créame, téngame fe, usted sabe que yo no hago cosas tan absurdas…Es que de pronto todo es como tiene que ser…Y de pronto me doy cuenta de que la vaina es que tengo que hacer una película, porque sí, porque eso lo que estoy haciendo aquí…

Gabriel (como si no hubiera oído nada):
Que usted se llevó la maleta y que no les hizo caso de nada…

Miguel (montado sobre su propia emoción):
     Hablaban y hablaban y hablaban, y me di cuenta que nada de lo que decían me entraba en las orejas. Yo sólo las veía mover las bocas, y eran unas bocas inútiles, hombre…Y esta mañana…(reacciona) me imagino que no le contaron que quemaron mi colección…

Gabriel hace un gesto de horror que significa: “no tenía ni idea”.

Miguel:
Acabaron con todo…Y seguro pensaron que con eso se me acababa el cine…Pero en medio de todas esas palabras me dieron la clave de todo, hombre: esta película, mi película, es una película que no se preocupa por las palabras…es una empresa gigante…y es un consuelo para todo el mundo…y…en serio: todo está como en su sitio.

Gabriel:
Mire Miguel: yo no creo en esas iluminaciones, en esas revelaciones, para mí son las típicas vainas que le pasan a todos los que nunca voy a conocer. Yo no creo en mundos debajo del mundo, ni encima del mundo, ni nada de eso. A mí se me murió Margarita…y usted sabe que es lo que más voy a querer en el mundo, usted sabe que no espero encontrármela en el cielo, ni nada así…O sea no joda, no se enloquezca…O sea: yo creo que todo este futuro sólo está en su cabeza…Yo entiendo que esta vaina es insoportable, pero piense un poquito…por ejemplo ¿ya tiene el libreto?

Miguel:
Es una cosa sencilla: describo las escenas, les digo a los actores qué tienen que decir, pongo una cámara frente a ellos… 

Gabriel (mueve la cabeza como diciendo “eso no es tan fácil”):
¿Y el presupuesto?, ¿Y los estudios?

Miguel:
Tengo mis ahorros de siempre…Vendo lo que sea…Me consigo un préstamo con Julián Navarro…Filmo en donde me dejen…

Gabriel:
¿Y sus tías?, ¿y las clases?

Miguel:
¿Y la historia que quiero contar?…

Corte a:


27. INTERIOR: MEDIODÍA. UN CAFÉ. UN PARQUE.

    Unos minutos después. Sentados en una mesa de café. Gabriel está completamente mudo. Intenta hablar, pero no se le ocurre nada. Miguel espera alguna palabra, pero no recibe ninguna. Corte a: los dos hombres caminan por un parque, junto a los árboles y los niños. Gabriel Molina se detiene. Miguel lo mira listo a recibir sus palabras.

    Gabriel (carraspea, toma impulso, habla decidido):
Yo no sé…De pronto voy a hacer una cosa fatal…Va a sonar como a Zimmer, el de la novela…¿Quién sabe?…(Lo mira, le habla sin sensiblerías) Queda a unas cuadras del de sus tías, pero puede quedarse en mi apartamento mientras comienza a pensar bien. O sea, hasta que se muera…Al fin y al cabo me ha tocado manejarle la plata toda la vida…Voy a darle un año sabático para investigar cosas de cine, o algo así…Y, para que no diga que aquí no apoyamos a los locos, le voy a dar el teléfono de Manuel Sánchez…¿se acuerda?: un chino que se graduó de la Facultad, ¿que después hizo unos postgrados en cine en la Escuela de San Antonio de los Baños, la escuela esta de Cuba?, ¿y después en la Academia Cinematográfica de Madrid?, ¿se acuerda?…salió en la última edición de Semana…“el futuro del cine colombiano”.

Miguel niega con la cabeza.

Gabriel:
Bueno: se ganó unos premios por allá, o no sé qué cosas…Le voy a dar el teléfono…Necesita a alguien, me imagino…Y creo que no puedo hacer más…

Miguel (agradecido, feliz, con ironía):
Pero algo es algo, hombre. Y tiene la oportunidad de cocinarme, de atenderme como me merezco…

Gabriel:
O puedo amenazarlo con llamar a sus tías…
 
Miguel:
O puedo cocinarle, o atenderlo como se merece…

Siguen su camino. A su lado un par de gamines juegan con unos carros sobre el asfalto.

Gabriel (como para él mismo):
Un préstamo con Julián Navarro…

Miguel (como si aplaudiera el entusiasmo de Gabriel):
Un préstamo con Julián Navarro…¿no dizque es fanático del cine? (piensa, se preocupa, cae en la cuenta, se tapa la cara) Carajo…la maleta.

Corte a: 


28. INTERIOR: DÍA. UN BANCO. LA OFICINA DE JULIAN NAVARRO.

El día siguiente. Miguel sentado en una de las dos sillas frente al escritorio de Julián Navarro, un hombre de setenta años, uno de los antiguos novios de su madre, quien, en su oficina, conserva recuerdos tales como fotografías de viajes con ella. Navarro habla por el teléfono, y, mientras lo hace, le sonríe a Miguel, como concediéndole cosas. Miguel nota la decoración: una pared llena de afiches de películas. Finalmente cuelga el teléfono.

Julián:
¿En qué íbamos?…(sin darle oportunidad a Miguel) Bien, bien, bien: una película, quieres hacer una película…qué lindo…

Miguel:
Sí, esa es la idea. Sí señor.

Julián:
¿Y es para televisión, o para qué?

Miguel:
Es una película, una película de cine.

Julián:
¿Es una película de cine?

Miguel:
Sí señor. Una película.

Julián (sonríe):
A tu mamá le encantaba el cine…Le fascinaba…Nos veíamos todas las películas que había…

Suena el teléfono celular al tiempo que el teléfono de la oficina. Navarro pone los ojos en blanco, como diciendo que “no lo puede creer”, y contesta el celular antes que el otro.

Julián (a Miguel):
Así es todo el día…(concentrado en el teléfono) Aló…(piensa en quién puede ser) Ah, claro: qué hubo, cómo vas, cómo va todo…Bien, bien, bien: yo bien, aquí tirándome este país todos los días (se ríe con descaro).

Miguel se levanta del asiento. Intenta ver las fotos de su mamá y Navarro. Le parece reconocerse en alguna. La cámara se acerca a la cara de Ana Velázquez, mientras, en el fondo, el timbre del otro teléfono y las risas de Julián comienzan a desvanecerse en medio de la concentración de Miguel. Angulo inverso: Miguel conmovido, intenta decirle algo a su madre, pero no lo logra. La secretaria de Julián, una señora muy maquillada, muy seria e inexpresiva, entra en la escena.

Secretaria (con afán):
(A Miguel) Cómo le va…(A Julián, que tiene que tapar el micrófono del teléfono celular) Doctor Navarro: lo necesitan arriba, ¿cuántas veces tendrán que llamarlo?

Julián (con amargura):
(Al teléfono) Mira: me va a tocar colgar…Porque aquí la señora está que me pega…

La secretaria lo mira con odio, golpea el vidrio de su reloj de pulsera para decirle “se le está haciendo tarde”.

Julián:
Te llamo más tarde…No, hoy no…Porque hoy es noche de esposa, no de asesora…Yo también…Yo también…Bueno, bueno: chao.

Julián apaga el aparato. Le sonríe a Miguel. Se alista para salir. La secretaria no sabe qué decir, se ve furiosa.

Julián:
Me tengo que ir…

Miguel:
Estás muy ocupado…

Julián:
Así es todo el día…

Miguel:
Bueno, pues te agradezco mucho por haberme recibido.

Julián:
No, no, no: tenemos que almorzar un día de estos…

Miguel:
Y te cuento lo de la película…

Julián:
¿Cuál película?

Miguel (extrañado):
¿La que quiero hacer?

Julián:
Ah, qué interesante: ¿y cuánto te cuesta?

Miguel:
Necesito quinientos millones, creo

Secretaria (impaciente, a Julián):
Lo están esperando…¿Qué tengo que hacer para que entienda?

Julián (impresionado, mientras va hacia la puerta de la oficina):
Quinientos millones…¿Y cómo los vas a devolver, ya has pensado?

Miguel:
Yo creo que va a ser un éxito, que la película va a ser un éxito. No sabes la fe que le tengo a todo esto: a la historia, y al momento, y además sigo recibiendo el sueldo de la Universidad…

Secretaria (que da vueltas):
Qué pena interrumpir, por Dios…

Julián (como si no la viera, desde la puerta):
¿Y cuál es la historia?, ¿puedo saber?

Secretaria (indignada):
Puede saber todo lo que quiera, pero después…

Julián se queda quieto. Todos se miran. La secretaria abre los brazos como para decir que se rinde.

Julián:
¿Cómo es la historia?

Corte:
 

    29. EXTERIOR: DÍA. UN CAFÉ.
   
    Unos días después. El mismo café de la escena veintisiete. Los ruidos de los carros a lo lejos. Cerca de la mesa en donde Sánchez y Velázquez conversan, una mesera estornuda y pasa de vez en cuando. Miguel continúa un discurso frente a Manuel Sánchez, un hombre de veintiocho años, que, como queda dicho, ha estudiado literatura en la ciudad, y cine en San Antonio de los Baños y Madrid, y que parece aburrido ante las palabras del profesor.

    Miguel:
    Es una autobiografía…Más o menos…(toma un poco de café, deja la taza sobre la mesa). Es la historia de mis papás hasta que mi papá se fue…El libreto no tiene diálogos, sino indicaciones para que los actores se inventen las palabras…

    Le entrega una copia del libreto.

Miguel:
Y yo no sé…no sé qué le parezca, Manuel…¿sí es Manuel?

Sánchez:
Manuel Sánchez…Sánchez está bien…


Miguel (asiente):
No sé que le parezca, pero me la imagino, me imagino la película en blanco y negro, como el blanco y negro de La lista de Schindler, con un piano muy delicado en el fondo…

    Sánchez:
    ¿Como una película de ensayo?, ¿más o menos?

    Miguel (extrañado):
    Como una película como las películas.

    Sánchez (medio molesto):
    Todas son así. Todas son como las películas…(no sabe qué decir, ni por donde comenzar). ¿Quiere hacer una cosa más o menos comercial?, ¿una cosa que la gente quiera ver?

    Miguel (no entiende bien):
    Quiero contarle la historia a todo el mundo…¿esa es la pregunta?

    Sánchez:
    Sí, eso es, eso es, esa es la pregunta: si quiere hacer una cosa para todos tiene que comenzar por decir mentiras: lo de la autobiografía está bien y todo, y me parece triste lo de sus papás, pero no me preocupa…pero me parece…no sé, me parece, es mi opinión…que a uno le interesa la biografía de Goya, o de alguien así, incluso del más puerco galán de telenovela, pero no mucho la vida de un profesor de literatura…(pierde el hilo del discurso, lo recupera) eh…bien, primero: contar algo que no sea totalmente suyo…segundo: contarlo en colores…tercero: hacer una cosa artística, seria, algo de verdad, lejos de toda esta basura de Hollywood…porque si todos los días la dan por todas partes, qué le va a importar a la gente ver una versión colombiana de las mismas cosas…¿no le parece?. Yo no sé…La lista de Schindler es una basura, un holocausto bonito…La realidad es en colores…La sangre es roja…

    Miguel:
    Pero ese es mi punto: ¿para qué filmar la realidad si ya está ahí? (Mira a todos lados) La realidad es esto, todo esto. Y la sangre es roja, pero usted puede verla cuando quiera. Y Hitchcock y Spielberg prefieren el blanco y negro primero que la sangre…Y La lista de Schindler es…(piensa bien, le da vuelta a su discurso). ¿Ha visto a Audrey Hepburn en blanco y negro?, ¿o a Ingrid Bergman?…¿No le dan ganas de vivir esas películas?…

    Sánchez:
    Sólo me da ganas de vivir la muerte, profesor…(se acuerda del nombre) Profesor Ricardo…

    Miguel:
    Velázquez, me llamo ahora…

    Sánchez:
    Las películas horribles…Yo espero que la gente sea honesta conmigo cuando me cuentan lo que me cuentan, y no va a decirme ahora que Hitchcock y Spielberg son honestos…O que es mejor una balada que una canción de salsa…

    Miguel:
    Pero es que para decir la verdad no se necesita decirla…usted puede decir mentiras y decir la verdad…

    Sánchez:
    Pero usted quiere filmar una autobiografía…

    Miguel:
    Pero para mí es una historia, y parece mentira…

    Se quedan callados. El silencio es incómodo.

    Miguel:
    Yo quiero contar mi vida como si pareciera mentira, y quiero que sea en blanco y negro, y que el piano sea discreto, y que uno quede mejor después de verla…Y yo sé que suena medio raro, o casi cursi, pero todo eso es lo que quiero…

    Sánchez:
    Y todo eso está muy bien, me imagino…Pero a mi no me interesa para nada…Yo no soporto el arte con buenas intenciones…No lo resisto…Y creo que usted necesita alguien que se lance a ciegas en su proyecto…En serio…No es que no le agradezca su llamada, ni nada…(lo mira con cuidado) Lo respeto y todo…me gusta su blazer…Sólo que quisiera trabajar en mis cosas, en las cosas que me gustan, y que me dicen algo de…algo del mundo, o de cualquier cosa que pase…(piensa un momento) Por ejemplo: ¿tiene hecho el presupuesto?, ¿tiene cómo conseguir toda la plata?

    Miguel:
    Pues quería mostrárselo…Tengo mis ahorros de diez años…

    Manuel Sánchez se queda pensando. Toma un poco de café. Niega con la cabeza, como diciendo: “esto no puede ser”.

    Sánchez:
    No sé, no sé…Yo no…No creo que pueda trabajar con usted…de verdad, y de verdad me da pena con usted…
   
    Miguel lo mira con cierta tristeza. Asiente repetidas veces.

    Sánchez:
    De verdad muchas gracias por pensar en mi…

    Miguel (sorprendido):
    No, no, no: gracias a usted por aceptarme todo esto…

Miguel asiente como para convencerse. Se quedan en silencio un rato.

Miguel:
Piénselo un poco. Piénselo un poco. Yo sé que necesito una persona que filme lo que quiero filmar…Y Gabriel me dice que usted ve las cosas…(Hace un gesto con sus manos para subrayar la frase) Que usted ve las cosas…

La mesera aparece. Vemos que tiene gripa. Estornuda con violencia.

Mesera:
¿Puedo recogerles ya?

Corte a:


30. INTERIOR: NOCHE. EL APARTAMENTO DE SÁNCHEZ. LA HABITACIÓN.

El mismo día, pero en la noche. Sánchez entra a su apartamento, un lugar más bien reducido, casi vacío, en donde puede verse una pequeñísima biblioteca, una mesa, una silla, un aro para jugar basquetbol e inmensos afiches de El perro andaluz, de Luis Buñuel, Ocho y medio, de Federico Fellini, y Trainspotting, de Danny Boyle. La habitación de Sánchez es, más bien, un colchón, una lámpara y un inmenso trípode inutilizado. Manuel Sánchez deja las llaves, la billetera y la chaqueta sobre el colchón. Se inclina y prende los mensajes en el contestador. El final de la escena es, en realidad, la suma de los mensajes que le han dejado a Sánchez durante el día. La cámara sigue a Sánchez en su viaje por la habitación. Los mensajes son los siguientes:
Manuel: es Gustavo, Gustavo Fernández, de la Universidad. Hombre, no sé…me enteré de que volvió, quería que nos viéramos un día de éstos y pues…me encontré con Paco, y me dio su teléfono, y no sé…Si puede llamarme, llámeme al tres, cuarenta y seis, setenta y dos, veinticuatro. Tres, cuarenta y seis, setenta y dos, veinticuatro…Gracias.
 Señor Manuel Sánchez: mi nombre es Gloria, y lo llamo de parte de Credimensión, su banco superior, para informarle que se encuentra con quince días de mora. Si desea hacerlo, comuníquese a las oficinas de Credimensión, o si puede cumplir con su obligación, acérquese a cualquiera de las sucursales de Credimensión.
Manolo: es Paco. ¿A que no adivina con quien me encontré? Con el huevón del Fernández…(en el fondo se oyen risas descontroladas). Ahí se lo mandé…La venganza es dulce…Chao.
Señor Sánchez: lo llamamos de parte de la oficina del doctor David Torres, para recordarle la deuda que tiene con nosotros desde octubre del año anterior. Esperamos su llamada antes de pasar la cuenta a la oficina jurídica.
Gracias: para el señor…eh…Manuel Sánchez. De parte del Instituto de préstamos para estudios en el exterior, para recordarle el compromiso que tiene con nosotros. Mi nombre es Esperanza y puede encontrarme en el teléfono seis, cincuenta y cuatro, dieciséis, treinta y dos.
Para Manuel Sánchez. Un mensaje de Miguel Velázquez. Me gustaría que, a pesar de nuestros desacuerdos de esta tarde, trabajáramos juntos. Yo creo que podemos…de verdad. Quisiera que me ayudara a revisar el libreto, quisiera que me ayudara a planear una cantidad de cosas…y, como dicen en las películas, ofrecerle una muy buena suma de dinero. Gracias. Usted tiene el teléfono de donde estoy…
La cámara termina su recorrido por la habitación. Se acerca a la cara de Manuel Sánchez, que se deja caer sobre el eje de su propio cuello, como simbolizando su derrota. Se levanta. Busca el número de teléfono de Velázquez. Lo encuentra. Vuelve al teléfono. Marca el número.

Sánchez (con amabilidad, sorprendido):
Profesor Molina…con Manuel Sánchez…Bien, sí señor, muchas gracias…Ya de vuelta, sí señor, pensando qué hacer…Sí señor…Sí señor…Quería hablar con el profesor Ricardo…(sonríe) Sí, claro: Velázquez…Pero creo que me dio el teléfono que no era…Ah…No, pues mucho mejor…Sí señor, si es tan amable…(cambia de tono completamente). Cómo le va…¿Entonces cómo es la historia?

Cortar a:


31. PRIMERO: INTERIOR: MEDIODÍA. RESTAURANTE.

Unos dos días después. La escena treinta y uno es, en verdad, varias escenas, o, mejor, el origen de un par de escenas compuestas en las cuales se cuenta la historia de la película que Miguel quiere filmar: en la escena, y con la compañía de Manuel Sánchez, y de Gabriel Molina, son convocados tres personajes esenciales para la filmación. Primero, en un restaurante llamado Todos los platos del rey, un lugar á la europea, organizado con esa informalidad estudiada de los lugares de moda, es convocado Diego Quijano, un sonidista alérgico al maquillaje de los actores, quien de vez en cuando presume de su virilidad. Gabriel y Sánchez comen muy concentrados, sentados a la mesa redonda, mientras Miguel y Diego conversan sobre la historia.

Miguel:
Se llama “Ir y venir”…(carraspea). Era una novela, pero no soy como muy bueno para las palabras…No tengo la paciencia. Es la historia de mis papás…no es un documental, pero todo lo que va a pasar, aunque no parezca, va a ser cierto, fue cierto…(carraspea). Es una historia sencilla: el profesor Miguel Ricardo, mi papá, se enamora perdidamente de Ana Velázquez, una de sus peores alumnas, cuando se encuentra con ella…oiga esto, esto es verdad, así pasó…se conocen en una casa de reposo mientras ambos visitan a sus parientes…mi papá al papá, a mi abuelo, y mi mamá a un hermano.

Diego Quijano hace un gesto que significa: “¿me está hablando en serio?”. Cortar a:


31. SEGUNDO: INTERIOR: TARDE. ESTUDIO DE SONIDO.

En un estudio de sonido, en medio de la grabación de una propaganda para radio, y ante la presencia aburrida de Manuel Sánchez, es convocado Federico Aguilar, un actor reconocido y muy sonriente, con un grave problema de sordera, y una extraña obsesión por los crucigramas. Miguel le habla en un tono muy elevado, y muy cerca del oído:

Miguel:
Y se enamoran. Se enamoraron. Y entonces Miguel Ricardo, mi papá, se divorcia de la esposa, se tiene que divorciar de esta señora con la que no pudo tener hijos. Como en Hanna y sus hermanas .

Federico (no oye bien):
¿Pasan las semanas?

Miguel (sube el volumen):
Como en la escena final de Hanna y sus hermanas. Y entonces, después de algunos meses de romance, dos o tres, entonces se casan. Los casa el cura Montañéz, que es su papel…el papel que usted haría…Y después de un más o menos prolongado matrimonio con Ana, con mi mamá, deciden tenerme a mí, y, cuando cumplo los diez años…hay que conseguir a un niño para el papel…cuando tengo diez años, mi papá desaparece para siempre. Al principio mi mamá sabe dónde está, y se enamora más de él por carta…

Federico:
¿Cómo?, ¿que qué?

Cortar a:


31. TERCERO: EXTERIOR: DÍA. PARQUE.

El día siguiente. En un parque del norte de la ciudad, Miguel, con la ahora un poco más atenta compañía de Sánchez, mientras ella saca a su amenazador perro al parque, le explica el resto de la historia a Carolina Barrios, una joven y muy hermosa actriz arrasada por la droga, pero que, bajo la máscara de dolor que revela sus desventuras, aún conserva cierto amor por el oficio y por los hombres que, como un gremio maldito, la han hecho sufrir. Carolina, detrás de sus gafas oscuras, sólo parece sensible a los movimientos de Rocinante, el perro.

Miguel:
Y Miguel Ricardo, mi papá, y esto es mentira, o mejor, estas son suposiciones mías, a pesar de que a todo el mundo le hace creer que está de viaje por Europa, mi papá se va a vivir a una habitación, aquí en Bogotá, y desde ahí, como un loco, y como si estuviera en diferentes ciudades, le manda cartas a mi mamá, que sería usted…Y comienza a pensar en el suicidio…Porque ¿para qué está vivo si no quiere a su esposa ni a su hijo, ni nada?…Y planea su suicidio, hasta que recibe una amenaza de muerte que le devuelve la fe en la vida y la necesidad de ser otra persona, y todas esas cosas…

Carolina (grita):
Rocinante…

Miguel (sonríe, mira a Sánchez):
Bonito el nombre, ¿cierto?

Sánchez asiente. Carolina dirige, detrás de sus gafas oscuras, la mirada a Miguel, como si tratara de invitarlo a continuar la historia.

Carolina (reacciona):
Sí…Rocinante…Como el bar del centro…

Sánchez (con ironía):
Como el bar del centro…

Miguel:
Y entonces decide volver. Y, cuando vuelve, nos ve a mí y a mi mamá con uno de los novios…Y entonces nos ve felices…(carraspea). Y decide irse…Pasan los años…Mi mamá se muere en el accidente…Yo me hago viejo, y aquí vuelvo a inventarme la historia: mi papá me visita en el hospital cuando me da un infarto…y es un encuentro que echa chispas…como en La guerra de las galaxias, en El regreso del Jedi…Me explica todo lo que le ha pasado: y ha sido un mendigo que me ha estado siguiendo toda la vida, el que ha impedido que me atraquen, me roben, me pase algo…Y cuando oigo eso, me muero en el hospital, y la escena de mi muerte es muy, muy linda, y muy, muy triste, como la de E.T., como esa, tal como quiero que sea…como quiero que sea en la vida real…

Corte a:


32. PRIMERO: INTERIOR: MEDIODÍA. RESTAURANTE.

Continuación de la primera parte de la escena treinta y uno. Los platos de Diego Quijano y de Miguel están intactos.

Miguel:
Y así termina…Así termina todo…

Diego (piensa un rato, mira al plato):
Pues no sé…Me encanta la historia…Podemos comenzar ya…Soy alérgico al maquillaje de los actores, eso sí les advierto…no soy marica, ni más faltaba: si hay un hombre en este mundo, ese soy yo, y eso sí que no me vengan con cuentos porque a mí de mujeres eso sí háblenme todo lo que quieran y que ni se me acerque un marica…(los mira con seriedad). Pero…mejor dicho: me parece perfecto.

Cortar a:


32. SEGUNDO: INTERIOR: TARDE. ESTUDIO DE SONIDO.

Continuación de la segunda parte de la escena treinta y uno. Federico Aguilar lloriquea junto a la página abierta del crucigrama. Miguel lo consuela. Sánchez no puede creerlo. Cortar a:


32. TERCERO: EXTERIOR: DÍA. PARQUE.

Continuación de la tercera parte de la escena treinta y uno. Rocinante, el perro, llega hasta donde están Miguel, Carolina y Miguel, y acosa a Sánchez. Carolina controla al animal con la correa. Un transeúnte le pide un autógrafo, ella se voltea. Todos esperan su comentario. Fuma. Arroja el cigarrillo al pasto. Rocinante se escapa de sus manos, a pesar de su esfuerzo.

Carolina (con una rabia controlada):
Perro de mierda…

Miguel y Sánchez se miran preocupados. Carolina prende otro cigarrillo.

Carolina (sin emoción):
No está mal…No está mal…(se encoge de hombros, los mira) Bueno…¿por qué no? (da una fumada).

La imagen se desvanece poco a poco, mientras oímos los ladridos de Rocinante.


33. PANTALLA EN NEGRO.

Sobre una pantalla de fondo negro, y al tiempo que oímos los ladridos del perro, vemos las palabras: Tercera Parte: Donde comienza, se desarrolla y se termina la filmación de la autobiografía.


34. INTERIOR: NOCHE. EL APARTAMENTO DE GABRIEL. LA SALA.

Unos dos meses después. Gabriel, visiblemente cansado, llega a su apartamento, oye los mensajes en el contestador, mientras la cámara lo sigue por la sala del apartamento, un lugar convencional, pero lleno de objetos de la fallecida esposa de Gabriel. Los mensajes son los siguientes:
Gabriel: es Graciela Velázquez, la tía de Miguel. Yo no sé si es inútil, pero, por enésima vez: necesitamos hablar con Miguel, saber qué está haciendo. No queremos llamar a la policía…
Mi amor: es tu mamá. Yo sé que estás bravo conmigo. Pero de verdad tienes que comer mejor, mi amor. Bueno…llámame.
Señor Miguel Velázquez: es Gloria, de Credimensión, su banco superior. Lo llamamos para recordarle que este viernes se vence el plazo para pagar su tarjeta. Y que aún esperamos que se ponga al día con las cuotas del préstamo de abril. Puede llamarnos a las oficinas de Credimensión, o acercarse a cualquiera de nuestras sucursales.
Buenas tardes: mi nombre es Juan Pablo Montañéz, soy amigo de la familia Velázquez, y, en mi condición de sacerdote, he prometido darle fe a Miguel, quien, según me han dicho, vive en el apartamento al que corresponde este número telefónico. Miguel, mijo: todos estamos muy preocupados. Te agradeceríamos una llamada, o que al menos fueras a visitarme a la capilla. Bueno: muchas gracias.
Gabriel pone un disco de música clásica del que elige el Concierto para piano en Re menor, K. 466, de Mozart, que se oirá en el fondo de la escena siguiente. Se sienta en una de las sillas de la sala. Parece cansado. Como si sufriera alguna enfermedad horrible. Antes de que comience a oírse la misa fúnebre oímos el último mensaje, que viene de Graciela:
Miguel, Miguel, ¿qué estás haciendo?, ¿nos quieres matar?, ¿qué estás haciendo?
Corte a: 


35. INTERIOR: MADRUGADA. ESTUDIO SIMULADO.

Uno o dos días después. Mientras el Concierto para piano en Re menor, K. 466, de Mozart, avanza, somos testigos de cómo se filma la escena veintitrés de Ir y venir, la película de Miguel, la escena cuando Miguel Ricardo, su padre, interpretado por el mismo Miguel, descubre la amenaza de muerte sobre su escritorio y, alterado, comienza un monólogo ensimismado del cual sólo oímos algunas palabras: la actitud de Sánchez, que fuma y fuma y fuma, es una de hastío y aburrimiento. Vemos las cámaras, y la actitud de Quijano, que contiene sus estornudos, hacia el sonido. En el estudio simulado también vemos a un par de asistentes. Miguel mira el desarrollo de la escena como si fuera un niño de diez años. Cortar a:


36. EXTERIOR: DÍA. LA CALLE. LA ESQUINA DE DON OCTAVIO.

Una o dos horas después. Miguel, Sánchez y Carolina caminan por la calle. Hablan con relativo entusiasmo, aunque no oímos nada de lo que dicen. En algún momento vemos que se despiden. Sánchez y Carolina toman un taxi juntos después de descubrir que viajan en la misma dirección. Miguel sigue su camino hasta cuando siente algo de mareo (cortar a: imágenes borrosas de los lugares que lo rodean, los avisos de los almacenes, las vallas publicitarias, los mendigos). Miguel se toma la cabeza. Y, poco a poco, se recupera. Entonces continúa su viaje hasta la esquina de don Octavio en donde conversa algunas cosas que no alcanzamos a oír, pero que resultan en carcajadas de ambos hombres. La anciana, cuñada de don Octavio, no está en el lugar y Miguel hace un gesto que es en realidad una pregunta sobre el paradero de la señora. Don Octavio le responde con un gesto que no tiene ni idea. Se dan la mano. Se separan. Corte a:


37. EXTERIOR: DÍA. LA CALLE. LA AVENIDA CERCANA AL APARTAMENTO DE LA FAMILIA VELÁZQUEZ.

Miguel camina. Y en su camino es testigo, de nuevo, de cómo el ciego de siempre intenta cruzar la inmensa avenida. Miguel decide cambiar de camino como solución a la angustia que le causa esa imagen. Corte a:


38. INTERIOR: DÍA. APARTAMENTO DE GABRIEL. COMEDOR.
 
Desde dentro del apartamento, desde el punto de vista del dueño del lugar, vemos que Miguel llega hasta donde un Gabriel Molina en piyama, disminuido físicamente, que ha comenzado a desayunar, y le ha preparado a Miguel un lugar en la mesa, rodeado por jugos, cafés, panes. La escena treinta y ocho es, en realidad, una serie de flashbacks conectados por medio de una conversación entre Miguel y Gabriel sobre el transcurso de los dos meses de filmación, durante la cual la cámara gira lentamente alrededor de ellos, y gracias a la que obtenemos una bitácora de la filmación hasta el momento, que nos lleva por los estados mentales de todo el equipo de filmación y llega hasta cuando, en las aulas del colegio en donde estudió Miguel, se filma una escena que da inicio al amor.

Miguel:
Creo que estamos a punto de terminar la cosa…tenemos una película…

Gabriel (sorprendido):
¿De verdad? Qué bueno porque trabajan todo el tiempo…

Miguel (se sienta, se concentra en el desayuno):
Muchas gracias, hombre…Se ve buenísimo…

Gabriel:
Yo siempre cumplo mis compromisos (toma un poco de jugo). O por lo menos cuando es fin de semana…y mis compromisos son con un director de cine…

Miguel:
Estoy muy, pero muy contento con eso…¿Sabe que creo que está quedando bien?

Gabriel:
Y lo único que a mi me preocupa es que sus tías sigan llamando como locas…

Miguel (con ironía):
Que sigan llamando, mejor dicho…

Gabriel:
Y que manden al cura a que lo llame…y esta mañana llamó el siquiatra ese, ¿Castellanos?

Miguel asiente mientras come un poco de pan.

Gabriel:
Yo no sé cómo hacía usted para soportar esas cosas…

Miguel encoge los hombros mientras come.

Gabriel (recapacita):
¿Y entonces está quedando bien la vaina?

Miguel (superando un trago de jugo):
Muy bien, muy bien: hace dos meses nadie creía en nada…(reacciona) Claro: este tipo, el siquiatra este, se iba a España y volvía dentro de dos meses…(molesto) qué pesadilla…(piensa en qué debería decir).

Gabriel (para devolverlo a la tierra):
Hace dos meses…

Miguel:
Hace dos meses todo el mundo estaba como loco, y yo creo que en el fondo nadie me creía nada…

Gabriel (con ironía):
¿En el fondo?

Corte a:


38. PRIMERO: INTERIOR: TARDE. CAFÉ SIMULADO.

Dos meses atrás: mientras Miguel continúa su conversación con Gabriel, la cámara lo toma a él, y a Carolina, que, bajo las máscaras de sus personajes, Miguel Ricardo y Ana Velázquez, conversan en un café simulado a partir del café de la escena veintinueve. Sus personajes se besan. Federico y Sánchez observan como embrujados. Quijano aguanta las ganas de estornudar.

Voz de Miguel:
Nadie creía que yo pudiera hacer el papel de mi papá…¿cómo no voy a poderlo hacer si soy yo, pero distinto?…Y todo comenzó a cambiar cuando filmamos la escena del café…

Voz de Gabriel:
¿Cuando se conocen?

Voz de Miguel (reanuda tras la interrupción):
Cuando se conocen…(piensa) sí, cuando se conocen…¿salió tan bien?…todo resultó como si fuera una película de verdad…y todos comenzaron a sospechar que yo no estaba loco…

Voz de Gabriel (irónico):
Algo es algo… 

Corte a:


38. SEGUNDO: INTERIOR: DÍA. IGLESIA.

Momentos antes de la filmación del matrimonio de los dos protagonistas, Miguel y Carolina (como Miguel Ricardo y Ana Velázquez), bajo la mirada de todos los demás: los asistentes trabajan con afán, Sánchez, detrás de la cámara, parece más interesado, Quijano, con el micrófono sostenido, tiene unas pinzas en la nariz, Aguilar hace el papel del cura, y mientras se preparan para comenzar a filmar, antes de oír la palabra “acción”, continúa haciendo un crucigrama.

Voz de Miguel:
Sánchez comenzó a calmarse un poco…Carolina empezó a llegar a tiempo…Aguilar estuvo más concentrado, si uno no cuenta lo de los crucigramas…Quijano muy juicioso, nada de mujeres…ni de estornudos…Yo no podía creer que todo el mundo estuviera como tan serio…que todo saliera como si todo tuviera que ser así…no sé cómo explicar… 

Corte a:


38. TERCERO: EXTERIOR: DÍA. CALLE SIN SALIDA.


Filmación de una conversación entre Miguel, que interpreta a su propio padre, Miguel Ricardo, y un niño un poco gordo, que interpreta a su hijo, él mismo cuando tenía diez años. La conversación ocurre mientras el niño, en la realidad de unos diez años, trata de aprender a montar en bicicleta.

Voz de Miguel:
Encontramos al niño sin ningún problema…qué niño tan lindo…igual de gordo que yo…qué niño tan lindo…¿te viste la película de Chaplin, la del niño?…Yo me sentí metido en la película…me sentía…¿qué será eso, feliz?

Corte a:


38. CUARTO: INTERIOR: TARDE. SALÓN DE CLASE.

Filmación de la clase en donde Miguel Ricardo y Ana Velázquez, profesor y alumna, se enamoran. Todos están en sus posiciones: Sánchez detrás de la cámara, Quijano con su micrófono, Miguel y Carolina en sus papeles, Aguilar haciendo un crucigrama. Miguel parece enamorado de Carolina, y la mira mientras todos continúan en silencio.

Voz de Miguel:
Casi no encontramos el salón, casi no me dejan entrar…¿se acuerda?, ¿el problema del salón?, ¿se acuerda?, ¿que no me dejaban entrar a mi colegio, y todo eso?…

Voz de Gabriel:
¿Cómo no me voy a acordar? Usted me lo recordaba a las tres de la mañana…¿y al fin qué pasó con eso?

Voz de Miguel:
Al fin lo filmamos ese miércoles, ¿se acuerda?, ¿que usted no pudo ir que porque estaba en unas citas de yo no sé qué cosas?…

Voz de Gabriel:
Es que yo trabajo…¿se acuerda?: no todos nos dedicamos a jugar carritos como oficio…

Voz de Miguel:
Tocó filmar esa escena casi de última…ya sólo queda por filmar la parte final, cuando yo hago el papel de mí mismo y mi papá llega a verme…

Voz de Gabriel:
Nadie va a entender nada de esa vaina…

Voz de Miguel:
Por eso es que hay que editarlas…

La conversación en off es interrumpida por una conversación del día de la filmación. Todos, los actores, los técnicos, están en sus lugares. Miguel mira a Carolina enamorado. Descubrimos que ella ha dejado de parecer una actriz difícil, una mujer enredada en su propio mundo, y se ha convertido en una estudiante dispuesta a estar viva.

Sánchez:
Hay algo que no me suena de la escena… Es como inverosímil…muy Warner…demasiado Bogart…

Miguel:
Pero así pasó, y así se enamora la gente: en los lugares que no son…en la Universidad, en el colegio, en un trancón…Cuando les toca estar encerrados en el mismo sitio…

Carolina (desde su lugar, en el salón):
Yo estoy de acuerdo en eso…Lo único que yo veo es que mi personaje es como muy pasivo…La típica alumna enamorada…

Miguel:
Los lugares comunes existen, Carolina…tú siempre haces todo bien, y no es por ser sapo pero eres la mejor actriz que he visto…Pero es una norma de todo…En una buena historia hay que rodear lugares comunes…

Quijano (estornuda):
Qué pena…¿Alguien sabe algún remedio contra esta alergia?…estoy desesperado. Eso es de tanto verme con viejas…Por ser un varón…ahora hay castigos pa’ todo.

Federico (mientras escribe en su crucigrama, apenas levantando los ojos):
Modificación producida en un organismo por la inyección de un virus o la absorción de ciertas sustancias…Siete letras

Todos lo miran con cierto odio. El baja la cabeza.

Federico:
¿Nadie?

Cortar a:


39. INTERIOR: DÍA. APARTAMENTO DE GABRIEL. SALA.

Esta escena es, así mismo, una escena compuesta. Mientras conversan, gracias a cortes a breves escenas entre Sánchez y Carolina (las primeras en exteriores, las últimas en interiores, en el apartamento de Sánchez), vemos que la versión de Miguel no coincide con la realidad. En todo caso, volvemos a la misma conversación entre Miguel y Gabriel, que viene del desayuno, en la escena treinta y ocho. Ya han pasado a la sala. Miguel parece haber terminado de decir algo. Gabriel, aún en piyama, guarda un silencio incómodo. En el fondo, como parte del mismo disco que Gabriel puso durante la escena treinta y cuatro, se oye, con suavidad, el Concierto para piano en Mi mayor, K. 482, de Mozart.

Miguel (intrigado):
¿Qué?

Gabriel niega con los hombros y la cabeza en un gesto que significa “no, nada”.

Miguel:
¿Qué?: dígame…

Gabriel (con risa):
¿Para qué?

Miguel:
Porque quiero saber qué cantidad de vainas estará pensando…

Gabriel (con risa):
Las mismas que usted está pensando, así se ponga bravo…usted está enamorado de la actriz…Y peor: de la actriz que hace el papel de su mamá…(con ironía) Lo que significa, queridos hermanos, que todo se reduce al juego del papá y la mamá…

Miguel se queda callado. Gabriel tose un poco.

Miguel :
¿Usted cree?, ¿será?

Gabriel:
Las cosas son como son…

Miguel (piensa):
La verdad es que ella es una…la verdad es que cuando me levanto estoy pensando en ella…no me levanto y pienso en ella, ni me levanto pensando en ella…me levanto y está en toda mi cabeza…¿no se entendió muy bien, cierto?

Gabriel (con ironía):
No, sonó como a que se le sienta encima…

Miguel (se ríe):
Sí, claro…(se ríe, reflexiona). Y…usted no sabe…(piensa) bueno, usted sí sabe…cualquier cosa que ella haga en el día, si me habló dos minutos más que ayer, o si me sonrió frente a todo el mundo…con eso tengo para todo el día…con que me dé el beso de cuando se acaba el día, con eso tengo.

Gabriel (sin tristeza):
Yo sé…la fuerza opuesta a la de la gravedad…hay que tener cuidado…

La cámara comienza a acercarse a Miguel poco a poco.

Miguel:
Y yo sé que ella es una mujer solitaria…con vocación a estar enamorada… no es esa persona distante, ni fría, que fuma todo el día…que esconde las emociones detrás de las gafas oscuras…

Corte a: Carolina y Sánchez viajan en el taxi que han cogido con Miguel durante la escena treinta y seis. Sánchez se ve cansado. Carolina fuma, detrás de sus gafas oscuras. No se miran. Se rozan las piernas y de inmediato se miran sin saber qué gesto hacer a cambio.

Corte a: la cámara se acerca a Miguel cada vez más.

Miguel:
No es una mujer…no es una mujer común y corriente…es una princesa, con todo y que suena medio raro, hombre: es como de un cuento de los de antes…

Corte a: el taxi con Sánchez y Carolina llega al edificio, y, aunque no oímos nada de lo que hablan con el taxista, sabemos, por los gestos que hace, por cierta angustia en su expresión, que a Carolina se le ha perdido algo. Bota el cigarrillo a la calle, le paga al taxista, se baja en el edificio de Sánchez.

Voz de Miguel:
Yo sé que es la definición de estar enamorado, pero se lo digo de verdad…ella no está hecha para estar en este mundo…Y lo digo literalmente: ella es como de La Guerra de las Galaxias…en La Guerra de las Galaxias nadie paga cuentas, ni hay trancones, nadie tiene problemas diferentes a estar vivo o a ver que va a pasar con el Universo…

Sánchez y Carolina entran al edificio. Llegan al apartamento de Sánchez. Ella, aunque no oímos sus palabras, le hace un gesto que significa que “sólo se demorará un minuto”, y entonces va hacia el teléfono. Sánchez comienza a lavar los platos.

Voz de Miguel:
Y…no quiero ser creído, ni pretencioso…pero, de verdad, yo creo que ella me quiere…Yo sé que en el fondo ella quiere un amor como de novela…como los amores de antes…  

Carolina se acerca a Sánchez, que lava los platos. Podemos leer en sus labios, como en los de una actriz de películas mudas, la frase: “¿quiere que le ayude?”. Sánchez se encoge de hombros, como diciendo que le da lo mismo. 

Voz de Miguel:
Ella no anda por ahí persiguiendo a los amores…ella es de las que es salvada en torres y cosas así…

Carolina se dedica a lavar los platos. Comienza a mojarse las manos. No sabe qué hacer con el cigarrillo. Sánchez se lo recibe, fuma un poco y lo bota a la caneca. Ella lava un plato y se lo pasa a él para que lo seque. En algún momento, se tocan las manos. Y en otro, él comienza a enseñarle a lavar bien, pero de tal manera que parece un pretexto para abrazarla. Ella lo mira asombrada. El se retira y le pide disculpas. Entonces ella se lanza y lo besa.

Voz de Miguel:
Es una mujer digna…lejos de la porquería, hombre…y parece hecha para mí…tan delicada, tan linda…

Los vemos darse un beso cínico, un beso que comienza a ser una apasionada demostración de sentimientos reprimidos.

Corte a: la cámara ya sólo encuadra la cara de Miguel.

Miguel:
Yo sé que es lo mismo de siempre, pero yo estoy vivo porque ella está viva…

Gabriel (en off):
Por vos he de morir y por vos muero…Kitty Wu…yo sé…yo sé…

Corte a: Sánchez y Carolina hacen el amor, o como quiera llamarse su locura, de pies, sin ningún tipo de mirada entre ellos, con una urgencia impresionante.

Corte a: los ojos de Miguel, muy abiertos, asombrados.

Corte a: Sánchez y Carolina en el suelo de la cocina. La ropa por ahí. Los vemos descansar de la locura sin mirarse.

Corte a:


40. INTERIOR: TARDE. APARTAMENTO DE LOS VELÁZQUEZ. COMEDOR.

Una o dos horas después. Daniel Caballero, el siquiatra, ha vuelto de su viaje por España. Se reúne con Graciela y Mercedes, las tías de Miguel, y con Juan Pablo Montañéz, el sacerdote que aconseja a la familia, y entre los cuatro, en la mitad de una comida, en la que el plato principal es un arroz especial, discuten la situación de Miguel.

Doctor Caballero (como cansado de contar los mismo):
A ver, de pronto de esta manera: una persona puede asumir personalidades cuando carece de vida. Nada es blanco o negro, ni más faltaba. Pero…¿cómo negar algo como esto?…ninguno de nosotros somos esto que vemos, no nacimos esto (los señala)…cada uno ha elegido ser esto, cada uno se ha puesto en el trabajo de ser esto…

Graciela (alterada):
Y sea lo que sea, doctor, ese niño no puede andar por ahí, como un loco, dizque haciendo películas…

Mercedes (hastiada):
Y si lo mandamos a matar…

El Padre se santigua. El Doctor la mira aterrado.

Graciela (a Mercedes):
No te preocupa nada Miguel, ¿cierto?

Mercedes:
Me preocupa como me preocupa el mundo…Y yo me veo los noticieros…Pero no me voy a ir a Bosnia a recoger niñitos muertos…Trato de que quede bien el arroz…Esa es mi contribución al mundo…

Padre Montañéz:
Pero no, mijita. Me da pena contigo…el arroz te quedó delicioso, y te lo agradecemos…pero me da pena contigo: tenemos que rescatar a Miguel de las garras de ese círculo infernal de artistas de segunda…Dime tú ¿qué está haciendo con esa gente?…Nada bueno…

Mercedes:
A Graciela le preocupa que coma, y está comiendo: está con Gabriel y seguro que él le hace las comidas…A usted le preocupa que esté por ahí, como la mamá, en las camas de todos los cuartos, y seguro que no cabe ni en la de él…(mira al siquiatra) y a usted le preocupa…(reflexiona) ¿qué le preocupa?

Doctor Caballero:
A eso iba, a eso iba: a mí me preocupa que Miguel haya terminado siendo varias personas…Como Ana. Como la mamá. Y creo que en su caso puede operar algo así como una extrema identificación con la historia del Quijote…Es como fácil: un tipo se enloquece y sale al mundo a intentar que no sea el mundo…

Mercedes (con ironía):
Y hace películas, claro. Y consigue a Sánchez…Sánchez Barriga debe ser el nombre completo…

Doctor Caballero:
A ver, ¿a dónde voy con esto? Para no alargarlo: El guardián entre el centeno es el libro de los psicópatas…El túnel es el de los paranoicos…El Quijote es el de los esquizofrénicos…

El Padre Montañéz se atora con el arroz y comienza a toser. Todos se reúnen a su alrededor para ayudarlo. Dicen cosas como ¿qué pasa?, o ¿qué pasó? Entonces comienza a sonar el teléfono. Graciela le trae agua al Padre. Nadie contesta el teléfono. El Padre se recupera.

Padre Montañéz:
Gracias, gracias…

Graciela:
Pobre…Pobre, Padre.

Padre Montañéz:
Siempre me pasa lo mismo con el arroz…

Mercedes:
Es que hay que partirlo antes de pasárselo…

Padre Montañéz (toma agua de nuevo):
Bueno: tenemos que hacer algo por el pobre Miguel…tenemos que rescatarlo…y yo sé que Gabriel ha sido muy bueno y todo eso, pero no creo que sea la compañía adecuada ahorita…Ustedes saben de Gabriel: un hombre viudo, solitario, medio enfermo…Y no está bien que se la pase con esos drogadictos y esos actores…Eso sí es esquizofrenia, (al Doctor Caballero) y me corrige, mi doctor, si me estoy equivocando…

Doctor Caballero:
Los hombres como usted no se equivocan, Padre…Hacen paréntesis…

Graciela:
Podríamos ir a donde Gabriel otra vez…

Mercedes:
Para que el portero no nos deje subir…

El teléfono vuelve a sonar y entonces Graciela, molesta por el ruido, lo contesta. La cámara la acompaña hasta la sala.

Graciela (levantando el auricular):
Familia Velázquez…Ah, Julián…¿cómo estás?

Volvemos al comedor.

Padre Montañéz (chismoso, a Mercedes):
¿Julián?, ¿no andaremos de novios?

Mercedes:
¿Graciela? (se ríe)…sería inverosímil…como ganarse la lotería…Es Julián Navarro, Padre: el banquero.

Padre Montañéz:
¿El que quería casarse con Ana?

Mercedes:
Y con todas las mujeres que no fueran la esposa…

Padre Montañéz (molesto):
¿Y a qué llama?

Mercedes (misteriosa):
¿Sexo telefónico?

El padre se ríe con moderación.

Doctor Caballero:
Está de moda en España…

Padre Montañéz (entusiasmado):
Bueno, cuénteme de España…¿qué hay por allá?…Hace tantos años que no voy…

Doctor Caballero:
Pues el mismo desorden de siempre, Padre…Igual de lindo…(se calla cuando oye que Graciela ha colgado con Navarro)

Todos voltean a ver a Graciela. La vemos desde la mesa del comedor hasta la sala. Ella se ve en la obligación de responder.

Graciela (molesta):
Rarísimo. Rarísimo. Qué llamada tan jarta: parece que Miguel le debe una plata a Julián y que no le ha pagado ninguno de los meses…Parece que no le pasa al teléfono…

Mercedes:
¿Y qué le dijiste?

Graciela:
Que llamara a donde Gabriel…

Corte a:


41. INTERIOR: TARDE. APARTAMENTO DE GABRIEL. SALA.
   
Los ruidos del teléfono compiten con la tos de Gabriel, ahora bañado y vestido para el domingo, aunque sin saco y sin zapatos sobre el sofá de la sala. Gabriel mira el reloj, y, bajo la mirada de Miguel, listo para irse, con un sobre blanco en la mano, contesta el teléfono.

Gabriel:
A ver…(mira a Miguel) Graciela cómo estás…

Miguel le hace unos gestos que significan que ya se va, que se tiene que ir, que no le pase a su tía.

Gabriel:
No señora, acaba de irse…Cómo te parece…¿Sabes que no sé?…Yo creo que ya mañana…Lo que pasa es que todo el día trabaja en lo de la película…Yo lo veo bien…

Miguel trata de hacerlo reír: sale del apartamento con un gorro en la cabeza y con una mano dentro del blazer, como si fuera Napoleón.

Gabriel (contiene la risa):
Yo lo veo bien…¿Yo?…Yo bien, también…muchas gracias…

Corte a:


     42. INTERIOR: TARDE. APARTAMENTO DE LOS VELÁZQUEZ. SALA.
   
    Al tiempo, al otro lado de la línea. La imagen del cura, del siquiatra y de Mercedes, ahora alrededor de Graciela.

    Graciela:
    Me alegro mucho, Gabrielito…tú sabes que aquí te queremos mucho y que te pensamos todo el tiempo…Y entonces que de verdad, que se apiade de nosotras y nos de una llamadita…Bueno…

    El doctor Caballero le hace un gesto especial a Graciela. Ella no entiende.

    Doctor Caballero:
    Julián Navarro…

    Graciela (reacciona):
    Eh…Gabriel…Gabriel…Oye, ¿tú sabes si Miguel hizo un préstamo con Credimensión, el banco donde trabaja Julián, Julián Navarro?…Es que lo han estado llamando todo el tiempo…Julián cree que Miguel lo engañó y que no tiene ni un peso para pagarle…Bueno, no sé…Dile que nos llame…Bueno…lo mismo…Que estés bien…

    Graciela cuelga el teléfono. Todos se quedan mirándola.

    Padre Montañéz:
    ¿Qué es lo del préstamo?

    Mercedes:
    Miguel sacó un préstamo con Julián Navarro y parece que hasta que Julián se dio cuenta lo iba a pagar con la teoría de Dios proveerá…

    Doctor Caballero (pensativo):
    Yo creo que sea lo que sea, esa es nuestra salida…Si estamos buscando cómo rescatarlo…¿Tiene el teléfono del señor ese?, ¿de Navarro?…

    Padre Montañéz:
    Pues sí, Dios sabe cómo hace sus cosas…

    Corte a:


    43. EXTERIOR: TARDE. LA CALLE. UN CAFÉ.
   
 El mismo domingo, ahora ya cerca de la noche. El mismo café de la escena veintisiete. Carolina, de nuevo tras sus gafas oscuras, y en medio de su cigarrillo, y Sánchez conversan, aunque conservan cierta distancia. La misma mesera de la vez anterior da vueltas alrededor de la mesa.

Carolina:
¿No se siente rarísimo?

Sánchez:
Todavía estoy esperando que mi mamá me despierte para ir al colegio…desde hace quince años…

Carolina (fuma, sonríe levemente):
Son cosas que pasan…

Sánchez:
Nada más que eso: cosas que pasan…

La mesera, nerviosa por la presencia de Carolina, les deja un par de capuchinos. Sonríe. Carolina actúa con amabilidad.

Carolina:
¿Usted se casaría?

Sánchez (sonríe):
¿Sabe que nunca me lo habían propuesto?

Carolina:
No, en serio: ¿usted ha pensado alguna vez en tener esposa, hijos y esas cosas?

Sánchez:
¿Y cuentas? (sonríe, mira al suelo, levanta la mirada)…no, nunca: no es ni una posibilidad para mí…Cuando pienso en mi futuro y todas esas cosas pienso en películas y en lograr una especie de estilo…(Como aclarando las cosas) este trabajo es un problema de plata para mí…le tengo una pregunta…

Carolina (lo interrumpe):
¿En serio? Pues no me ha parecido…Lo veo muy entusiasmado con todo, con Miguel…

Sánchez:
Porque me da pena con él…Es como una especie de papá…el pobre tipo no sabe nada de nada…

Carolina (mira por encima de las gafas):
Y lo mejor además es que no se entere de algunas cosas…

Sánchez:
Porque además yo creo que está medio enamorado de usted…

Carolina:
¿Usted cree?, ¿por qué dice?

Sánchez:
Porque la mira todo el tiempo, le paga más que a todo el mundo, le pregunta cada media hora cómo está…le regala sonetos de Garcilaso y dice que son de él…

Carolina (sonríe):
Sí, pobrecito…

Sánchez:
Tenemos que hacer lo que sea para que no se de cuenta…

Carolina:
Que no se de cuenta de qué…(con ironía) ¿me estás diciendo que quieres ser mi novio?

Sánchez sonríe, pero no dice nada.

Carolina:
Yo no sé eso del amor…la clave está en no enamorarse…la gente se complica demasiado…

Sánchez:
Y un día deciden no ponerse más condón…

Carolina:
Y aquí estamos…

Sánchez:
Haciendo una película que nadie va a ver…

Carolina:
O que todo el mundo va a ver…

Sánchez (reacciona):
Esa era mi pregunta: ¿por qué terminó usted por acá?, ¿no debería estar haciendo cualquier telenovela de mierda?

Carolina:
Sí, claro, claro, esa es mi pregunta de todos los días…y ya tengo una propuesta y ya acepté…(reflexiona) necesitan un asistente de dirección…¿no le interesa?

Sánchez:
¿Me propuso?…(Se da cuenta de todo) Me propuso…

Carolina:
¿Y le parece mal?…les mostré el artículo de Semana…

Sánchez:
Pues quería hacer mis propias cosas…Yo no sé eso de las telenovelas…Y que le den besos todos esos huevones…

Carolina:
¿Está celoso?

Sánchez mira el reloj. Sabemos que están tarde. Llama a la mesera. Le hace un gesto que significa “tráigame la cuenta”. Corte a:


44.     EXTERIOR: TARDE. LA CALLE.

    Sánchez y Carolina caminan por la calle. Buscan algún taxi. Sánchez está concentrado en la carretera, en la llegada de algún carro que esté desocupado. Dos policías de tránsito miran a Carolina con emoción, se hacen señas. Los vemos haciendo gestos de emoción detrás de Sánchez y de la actriz.
   
    Carolina (sonriente):
    ¿Está celoso, cierto?

    Sánchez:
    No sea boba…vamos a llegar tarde…

    Carolina lo mira sonriente. Y entonces, a lo lejos, vemos la figura de la anciana de la escena sexta. Parece perdida. Sánchez se voltea a verla. Ella se acerca con la misma bondad de siempre.

    Anciana:
    Cómo están, señores, cómo les va…

    Sánchez:
    Bien, gracias, sí señora.

    Carolina:
    Bien, muy amable…(extrañada) ¿cómo está usted?

    Anciana:
    Bien por lo viva, pero un poco perdida, señorita…

    Carolina:
    ¿Perdida?

    Anciana:
    Sí señora: no encuentro mi casa desde ayer…me fui temprano de la casa, cogí el colectivo y como me quedé dormida terminé eso por allá lejos…Y me puse que a buscar la esquina en donde trabaja Octavio, que es mi cuñado, y como le parece que eso sí nada que la encuentro…y entonces ahorita dije “no, Diosito, a estos señores sí los molesto para que me ayuden”…

    El par de policías de tránsito, un gordo y un flaco, se acercan a donde se desarrolla la conversación.

    Policía gordo:
    Perdón…¿la están molestando, señorita Carolina?

    Carolina (mira a Sánchez):
    No, me invitó a unos cafés y todo…

    Todos se ríen.

    Policía flaco (con pánico escénico):
    Mi mamá quiere que me case con una muchacha como usted…

    Carolina:
    ¿En serio?

    Sánchez (al policía flaco):
    Dígale que no sabe lavar los platos…

    Policía gordo (saca el talonario de las multas):
    Me puede firmar acá…

    Carolina:
    ¿En lo de los partes?

    Policía gordo:
    Eso es lo bueno de mi colección de autógrafos…Una vez le puse uno a Lucho Herrera…

    El policía flaco, en pleno pánico escénico, asiente con torpeza. Mientras tanto el policía gordo le entrega el talonario a Carolina para que lo firme.

    Carolina:
    Exceso de velocidad…

    Policía gordo (a Carolina):
    ¿Y qué está haciendo ahora?…si se puede saber…

    Carolina:
    Estoy haciendo una película…(señala a Sánchez) con él…

    Sánchez saluda incómodo.

    Anciana:
    Tan bonita la señorita…A mi papá también lo conocía todo el mundo en el pueblo…¿cuál es su nombre?

    Carolina:
    Yo soy Carolina…¿y usted?

    Anciana:
    ¿Y usted qué hace?…

    Carolina:
    Yo le ayudo a los demás a que cuenten lo que quieren contar…

    Anciana:
    Ve…Tan raro…Yo leo la mano…

    Carolina:
    ¿En serio?

    Sánchez no puede creer en nada de lo que está pasando. Los policías se entusiasman.

    Carolina (le entrega la mano a la anciana):
    ¿Y qué dice la mía?, por lo menos dígame algo…

    La anciana la lee. Carolina hace un gesto que significa “tengo susto de lo que puedan leerme”.

    Anciana:
    Por ahora le digo que tiene que cuidarse, que no puede seguir llevando esa vida que lleva…
   
    Sánchez (con ironía):
    Lo que venía diciéndole yo…(mira el reloj) bueno, tenemos que irnos…(se concentra de nuevo en la carretera) tenemos que llegar…claro: usted no está afanada porque hoy no le toca actuar…

    Carolina (a los policías):
    ¿Y ustedes no podrían llevar a la señora a la casa, o ayudarla por lo menos a encontrar el sitio que quiere encontrar?

    Policía gordo (sumiso):
    Claro, claro…

    El policía flaco asiente. La anciana mira a Carolina agradecida. Sánchez detiene un taxi, se despide de todos, abre la puerta para que se suba Carolina. Carolina le da un beso a cada uno.

    Carolina:
    Qué les vaya bien…

    Todos al tiempo:
    Muchas gracias…sí señora.

    Carolina entra al taxi. Después entra Sánchez. El taxi se aleja y los dos policías se quedan con la anciana, la cuñada de don Octavio, sin saber muy bien qué decir. El policía gordo sonríe y le estira la mano a la anciana , que comienza a mirarla.

    Policía flaco:
    He debido pedirle el teléfono…

    Policía gordo:
    Usted sí que es huevón…

    Cortar a:

   
    46. EXTERIOR: TARDE. LA CALLE. EN EL TAXI.

El mismo taxista y el mismo taxi de la escena veintidós, lleno de imágenes religiosas, con una zapatilla de cristal que cuelga del espejo del carro. Del radio viene Te busco, una canción cantada por Celia Cruz. El taxista se asoma por el espejo retrovisor para que comience la conversación. Carolina y Sánchez lo ignoran. Esta vez se sientan juntos.

    Carolina (sonríe, se le acerca a Sánchez):
    ¿Y entonces está celoso?

    Sánchez:
    Y entonces no me dijo por qué terminó metida conmigo en un taxi…por qué terminó haciendo esto…

    Carolina le da un beso. El le responde.

    Sánchez:
    ¿A usted le parece que eso es una repuesta madura?

    Carolina le da otro beso.

    Sánchez:
    Mejor…

    Carolina:
    Porque…no sé…a usted un tipo viene, le cuenta la historia de su vida…le pide que haga el papel de su mamá…no sé…es una historia bonita…

    Sánchez acaricia a Carolina. Ella sonríe. Vuelven a besarse. Se separan. El taxista vuelve a asomarse por el retrovisor. Sánchez lo mira. El taxista eleva su pulgar y le pica el ojo a Sánchez como diciéndole: “muy bien, así se hace”. Cortar a: 


47.     EXTERIOR: TARDE. LA CALLE. FRENTE A UN EDIFICIO.

    Miguel Velázquez, con nerviosismo, con un sobre blanco en su mano derecha, listo para filmar la escena del hospital, en pantaloneta y cubierto por una bata de cuidados intensivos, espera la llegada de Sánchez. Diego Quijano lo acompaña.

    Quijano:
    Todavía estoy cansado de la vieja de ayer…

    Miguel (incómodo):
    ¿Ah sí?

    Quijano:
    Rendido…(no soporta el silencio) Y entonces hoy terminamos…

    Miguel (sonríe):
    Increíble, ¿no?

    Quijano (asiente):
    Y ahora a editar…¿si nos queda plata?

    Miguel (mostrando el sobre blanco):
    Nos alcanza…Y ahora a editar y a que no quede ni un error…Yo sé que la gente siempre está pendiente de las incoherencias y que todo el mundo se da cuenta…

    El taxi aparece. Sánchez y Carolina se besan. Miguel es testigo y podemos ver su cara de asombro, de angustia, de horror. Quijano, consciente de todo, lo mira preocupado, e intenta hacer gestos para que Sánchez y Carolina se den cuenta de lo que está pasando. Sánchez le paga al taxista.

    Miguel (casi para él mismo):
    Pero no tenía que venir…

    Quijano:
    Pero se vino…(se da cuenta de la frase que acaba de decir, hace una cara de impresión).

    Sánchez y Carolina bajan cogidos de la mano, pero se sueltan cuando ven a Miguel frente a ellos. El taxista comienza a pitar como un loco. Miguel, molesto, lo mira.

    Taxista (emocionado):
    Señor, señor: yo tengo su maleta, la dejó en el baúl, mano.

    Miguel parece no entender.

    Taxista:
    La maleta…La maleta, mano.

    Miguel reacciona, hace un gesto que significa que no lo puede creer. Va hasta allá e ignora a Sánchez y a Carolina.

    Miguel (emocionado):
    Qué hubo…

    Taxista:
    ¿Y esa pinta, mano?

    Miguel:
    Es que estamos filmando una película…

    Taxista:
    ¿Usted es actor?

    Miguel:
    Por ahora…
       
    Taxista (piensa):
    Yo sí decía “yo conozco a este man”…

    Se quedan un momento en silencio.

Miguel (emocionado):
    Muchas gracias, hombre, muchas gracias…(saca un billete del sobre blanco).

    Taxista (no acepta el billete):
    Tampoco. Nada de gracias, a mí no me gusta quedarme con lo ajeno…Eso lo juzgan allá, los de allá, los ovnis, y esos berracos son lo más de sanguinarios…

    Miguel:
    Me imagino, claro…

    El taxista sale del carro, abre el baúl y le entrega a Miguel la maleta. Se dan la mano.

    Miguel:
    Muchas gracias.
   
    Taxista:
    Como le digo, mano: deber es deber…

    Miguel (sonríe):
    Deber es deber…sí señor.

    Cortar a:

   
    48. INTERIOR: TARDE. CUARTO DE HOSPITAL SIMULADO.

Miguel entra al estudio, con su bata sobre el cuerpo y la maleta en la mano. Cuando entra vemos que interrumpe una conversación entre Quijano, Sánchez, Carolina y algunos técnicos, sin duda una conversación sobre lo que acaba de ocurrir. El set es un cuarto de cuidados intensivos, lleno de máquinas, frío, deprimente.

Miguel (ignorando la situación):
Bueno, bueno: a lo que vinimos…A ver si terminamos todo…

Miguel se acuesta en la camilla. Una actriz que hace el papel de enfermera se alista para la escena. Un hombre parecido a Miguel, con un parche en un ojo, y que es ahora quien interpreta el papel del papá de Miguel, también se prepara para la escena. Todos se ubican en sus lugares. Y entonces somos testigos de las caras del equipo de filmación, que observa la puesta en escena de la última secuencia: Miguel Ricardo, viejo y destruido por los años, se encuentra con su hijo, ahora Miguel Velázquez, en la cama de un hospital en el que termina porque ha sufrido un infarto.

Miguel (muy molesto, mira a Carolina y a Sánchez):
Bueno…será comenzar…

Sánchez (nervioso):
Listo…(mira a todas partes). Las luces…La cámara…El sonido…(grita) Listo.

Miguel asume su papel, agotado por el infarto. La enfermera lo cuida. Entra el hombre del parche en escena. Ahora, gracias a una cámara sobre el hombro, vemos la escena desde detrás de las cámaras, aunque, de vez en cuando, somos testigos de las caras de tristeza de todo el equipo de filmación.

Padre de Miguel:
Buenas noches…

Miguel:
Buenas noches…

Padre de Miguel:
¿Usted es Miguel Ricardo?

Miguel:
Yo soy Miguel Velázquez…Miguel Velázquez…

Padre de Miguel (entiende la situación):
Ya…Miguel Velázquez.

Miguel:
Miguel Velázquez…

Padre de Miguel (reacciona):
Yo soy Miguel Ricardo…Soy su papá…Su papá…

Miguel (angustiado, agotado, no puede creerlo):
No sé si sea el mejor día para vernos: usualmente no estoy acá…me acaba de dar un infarto…

La enfermera, incómoda, sale de la habitación.

Padre de Miguel:
La última vez que nos vimos ibas en bicicleta…

Miguel:
Siempre que nos vemos termino en el hospital…

Padre de Miguel:
Yo te dije que no metieras el dedo en la cadena…

Miguel:
Bueno, pero el dedo sigue de pie…(con ironía, que no logra ser tierna) no como ciertos ojos…

Padre de Miguel (sonríe):
Lo perdí unos años después de que me fui…Tuve una novia con un garfio, quería pedir un deseo con una pestaña que me vio…(reacciona) pero esa es otra historia…

Hay un silencio incómodo. Todos los del equipo de filmación se miran.

Miguel (carraspea):
¿Por qué te fuiste?, ¿dónde estuviste?…

Padre de Miguel:
No sé…La verdad no sé…Estuve en Bogotá todo el tiempo, eso sí…me acuerdo que cuando me fui sabía por qué me iba, pero ahora se me olvidó…me imagino que no era tan importante…

Miguel:
¿Y las postales de París, y de Londres?

Padre de Miguel:
Fue una buena estrategia…Nadie supo nunca nada de mí…

Miguel:
Nada…(reflexiona) Y cómo supiste del infarto…

Padre de Miguel (con ironía):
Se oyó por toda la ciudad…

Miguel (con angustia):
En qué trabajas, qué haces…

Padre de Miguel:
Soy bombero…Ese era mi sueño…ser bombero…Soy bombero.

La cámara se acerca poco a poco a las caras de los dos.

Miguel:
¿Y qué haces acá?…han pasado muchos años…

Padre de Miguel:
Pero no te había pasado nada importante desde que naciste…Nada raro…

Miguel (piensa, se ve cansado):
¿Y la muerte de mi mamá?

Padre de Miguel:
Yo estuve ahí…estuve todo el tiempo…Esa fue otra cosa muy grave…

Miguel (sin aire):
Y eso es lo más absurdo de todo…Que las mamás se mueran…

Padre de Miguel:
Pero ese es el orden de las cosas: los papás se van…las mamás se mueren…

Hay un silencio incómodo de nueve. Se miran a los ojos. Tratan de no llorar. La enfermera vuelve. Se acerca con algo de temor.

Enfermera (al padre de Miguel):
Señor, lo mejor es que se despidan…Vamos a cerrar la hora de visitas.

Padre de Miguel:
Bien, perfecto.

La enfermera asiente. Sale de la habitación.

Padre de Miguel (sorprendido, triste):
Parece que lo mejor va a ser irse…Parece…(mira al suelo, no levanta la mirada mientras habla) Yo sólo quería decirte que te quiero mucho, que tu mamá y yo nos quisimos mucho…de verdad…mucho…y que siempre quisimos tenerte…Y si yo me fui es porque soy muy bruto, y nada más…Tú sabes que si uno quiere tener un hijo artista, lo mejor es ser un genio o irse para siempre o algo por el estilo…Y yo no soy un genio…Para nada…Y siempre seguí todo lo que hiciste…Te he seguido en todo, fui a tus grados, te perseguí días y días…(se confunde) Quería verte…Yo he ido a tus clases…(aguanta el llanto, mira para los lados).

El papá se acerca y le da la mano a Miguel. Sonríe con tristeza. Se da la vuelta. Comienza a irse.

Padre de Miguel (de espaldas, soportando la tristeza):
Yo de verdad te quiero…te quiero mucho…Yo no sé qué pasó…No soy capaz de estar presente…No sé…

Miguel (agotado, reacciona):
Oye…

El papá se voltea, y aunque no dice nada sabemos que su regreso es algo así como la pregunta “¿qué ocurre?”.

Miguel (rendido por el infarto):
Gracias…Muchas gracias…Yo siempre había querido decirte una cosa: yo no quiero que suene mal…pero te perdono…Te perdono…Mi vida no ha sido tan mala…la gente me quiere…los quiero…hay comidas que me gustan…están los poetas españoles…Y están las películas…(reacciona, intenta no parecer cansado) ¿sonó muy estúpido?

Padre de Miguel:
Sonó muy bien…Sonó perfecto…

Miguel (como el taxista):
Tampoco. Por lo menos no sonó estúpido…

El papá de Miguel asiente. Hace un gesto de asombro y de tristeza. La enfermera vuelve. El vuelve a despedirse. Miguel responde el gesto con otro.

Padre de Miguel (a Miguel):
Gracias…Muchas gracias…(le da un abrazo a la enfermera) que esté bien…(nervioso) que estén bien…(a Miguel, con un gesto de adiós) que estén bien…que les vaya muy bien…

Todos se quedan en silencio. Miguel sonríe. Carolina parece a punto de llorar. Sánchez no sabe qué hacer. Diego Quijano estornuda. Todos parecen aterrados. Hay un silencio muy incómodo.

Miguel (sonríe):
Pues bueno: tocará repetirla.

Sánchez:
Sí, ni modo…(mueve la cabeza decepcionado) Ni modo…

Miguel mira a Carolina. La imagen se desvanece.


49. PANTALLA EN NEGRO.

Sobre una pantalla de fondo negro, y al tiempo que oímos un nuevo estornudo y las palabras de Quijano (“qué pena, de verdad, qué pena”), vemos las palabras: Cuarta Parte: De lo que sucedió a Miguel Velázquez en su última salida por el mundo


50.     EXTERIOR: DÍA. LA CALLE.

De un radio viene The Vampires, una canción de Paul Simon. Es muy temprano en la mañana del día siguiente. Miguel camina por la calle con su maleta recién recuperada, y, en su caminar, en su actitud caballerosa, en su bondad, es evidente que no merece este mundo. Habla consigo mismo, murmura algunas frases muy difíciles de entender.


51. EXTERIOR: DÍA. OTRA CALLE DE LA CIUDAD. LA ESQUINA DE DON OCTAVIO.

Miguel Velázquez camina por la calle. Se ve derrotado, como si la maleta le pesara más que nunca. Llega hasta donde don Octavio, que parece más contento que nunca.

Don Octavio:
Don Miguelito…

Miguel:
Don Octavio…

Don Octavio:
No ganamos…

Miguel:
No ganamos…

Don Octavio:
Pero téngame fe…por lo menos la última vez…

Miguel (se encoge de hombros):
Insistamos en lo mismo. Para perder da lo mismo cualquier número…

Don Octavio busca el número de siempre.

Don Octavio:
Noventa y ocho, ochenta y seis…noventa y ocho, ochenta y seis…(lo mira) téngale paciencia a estas cosas…

Miguel (se despierta):
Ya sé qué es lo que me pasa…(cambia de voz, como preocupado) ¿al fin qué se hizo la cuñada, don Octavio?  

Don Octavio (sonríe):
¿Necesita lectura de mano, don Miguelito?

Miguel:
Sería muy buena, claro…pero me preocupa la cuñada…¿está bien?

Don Octavio:
Ya está bien, la pobre…Cómo le parece que se perdió…

Miguel:
¿Se perdió?

Don Octavio:
Como lo oye…

Miguel:
Pero volvió…

Don Octavio:
Volvió, y con unos policías y todo…ya está lista para trabajar…debe estar por venir…

Miguel (aterrado):
No sabe cómo me alegra…

Don Octavio:
¿Y no la espera?

Miguel:
Pero tengo que irme…Quiero descansar un rato…Más bien más tarde paso por acá…Por ahora con que me dé la lotería…

Don Octavio:
Y la lotería es suya…y se la va a ganar…

Miguel (lo mira, habla como si diera la lección):
O la pierdo, pero sigo siendo fiel al pobre número…

Don Octavio:
Exacto…

Don Octavio le da el billete a Miguel, y éste le da la plata, que saca del sobre blanco. Se dan la mano. Se sonríen. Aparece un nuevo cliente.

Miguel:
¿Cuándo juega, don Octavio?

Don Octavio:
Mañana, don Miguel.

Don Octavio se dispone a atender al nuevo cliente. Se despide de Miguel con la mano.


52. EXTERIOR: DÍA. OTRA CALLE DE LA CIUDAD. LA AVENIDA CERCANA AL APARTAMENTO DE LA FAMILIA VELÁZQUEZ.

Miguel avanza y avanza, en medio de las luces y los gritos del día, y, cuando lo ve, al fin se atreve a ayudar al ciego, se acerca a él, le ofrece su brazo, se voltea, oye unos gritos de los conductores de los carros que atraviesan la avenida pero no les entiende lo que dicen. Es tarde cuando descubre que aunque el ciego es ciego, también es un atracador con todas las de la ley y con un cuchillo afilado.

Ciego (con una expresión horrible):
Vamos bajándonos todo, y ya, y sin nada de ruido…

Miguel no sabe qué hacer. Le entrega la maleta.

Ciego:
Eso no es todo…

Saca el sobre blanco del presupuesto. Se lo entrega.

Ciego:
El reloj…Los zapatos…

Miguel tiembla. Los carros pasan y pasan y nadie parece conmoverse. Miguel le entrega el reloj de su mamá. Le entrega los zapatos. Le entrega el sobre que contiene el presupuesto de la película.

Ciego:
Nada de nada…Usted siga, usted no me ha visto…

Miguel asiente. Después niega. El ciego se va. Miguel queda aterrado. Tiembla. Comienza a sentirse tan mal como en la novena escena: siente algo de mareo (cortar a: imágenes borrosas del suelo, de los números en las puertas de los edificios, de los avisos de neón). Recupera el equilibrio. Busca su llavero. Se sienta en un andén. A lo lejos el sonido de una ambulancia. Se levanta. Comienza a caminar. Camina y camina y camina, bajo la melodía del concierto para dos pianos K. 365, de Mozart, o del tercer movimiento de la Sonata Claro de Luna, de Beethoven. Mira abajo. Los transeúntes lo empujan. Levanta la mirada. Todo se desvanece alrededor suyo. Se viene abajo. Cortar a: 


53. INTERIOR: NOCHE. EL APARTAMENTO DE LOS VELÁZQUEZ. LA HABITACIÓN DE MIGUEL.

     Miguel despierta. Está vestido con la piyama de siempre, tiene la cabeza vendada. Poco a poco deja de ver todo borroso. Alrededor de su cama, y dispuestos junto a la cama como en el grabado de Doré sobre la muerte del Quijote, están sus dos tías, Amelia, el cura y el siquiatra.

    Amelia:
    Pobre mi muchachito…Es que quitarle hasta el reloj de la señora Anita…

    Graciela (susurra a los demás):
    Está abriendo los ojos…

    Mercedes (con ironía):
    ¿Quién iba a pensarlo?

    Doctor Caballero:
    Tiene que cuidarse…su corazón es el peor de todos…

    Mercedes (con ironía, fuma):
    Qué idea tan linda…

    Todos se dan cuenta de que Miguel ya ha abierto los ojos.

    Graciela (maternal):
    ¿Cómo te sientes?, ¿cómo estás?

    Miguel (como en estado de ensueño, pero como si fuera otro):
    Creo que bien…(cierra los ojos fuerza) parece que bien…¿qué fue lo que pasó?

    Mercedes:
    Parece que te caíste…(con ironía) pero ya estamos todos bien…

    Miguel:
    ¿Quién me trajo aquí?

    Mercedes:
    Una grúa…estabas impidiendo el tránsito, quedaste mal parqueado…

    Graciela:
    Saluda al Padre y al Doctor Caballero, que vinieron a visitarte…

    Miguel (los busca con la mirada):
    ¿Cómo les va?…(piensa) ¿Y Gabriel?, ¿y los demás?

    Graciela:
    Gabriel está en la sala. Y está Julián Navarro, que está preocupadísimo por ti…

    Padre Montañéz:
    Sí, mijito. No te preocupes, ya arreglamos todo con él. Ya sabe que te robaron…Logramos un trato buenísimo…

    Graciela:
    Traía una carta de demandas y cosas, pero ya lo convencimos…

    Miguel:
    ¿Demandas contra mí?

    Graciela:
    No le has pagado ni una cuota del préstamo, y tú sabes que ahora los intereses son altísimos…y las cuotas que te puso son imposibles…

    Miguel:
    Y no tengo plata…nada…Yo no sé en qué estaba pensando: se me fueron los ahorros, lo del préstamo…¿en qué estaba pensando?

    Doctor Caballero:
    Nada es blanco o negro, Miguel: locura temporal…locura temporal…lo mismo que le pasó a tu mamá…

    Mercedes:
    Sino que la de ella comenzó cuando nació y se terminó cuando murió…

    Miguel:
    ¿Y qué tengo que hacer para arreglar las cosas con Julián?…qué pena con él…¿cómo voy a hacer para recoger la plata?…¿cuánto es?

    Graciela:
    ¿Como mil millones de pesos?

    Miguel:
    Mil millones de pesos…¿en qué estaba pensando?

    Padre Montañéz:
    Bueno, bueno, bueno: no te alteres, mijito. No te alteres. Ya está todo arreglado…

    Miguel:
    ¿Y la película?
   
    Graciela:
    La película ya está terminada…

    Doctor Caballero:
    Pero lo mejor es que alguien la edite…tú no estás para esas cosas…tienes que cuidarte…Esas son las órdenes del doctor: dejar la película en manos de los demás miembros del grupo, regresar a donde tus tías…no nos parece justo que Gabriel, con el estado de salud en el que está el pobre, te siga cuidando…

    Miguel trata de decir algo, pero no lo logra.

Doctor Caballero:
Tienes que cuidar de tu salud, y, con el permiso de Gabriel, que nos acaba de decir que él va a hacer lo que le digas tu, nos parece (señala a todos)…nos parece que lo mejor que puedes hacer es volver a la Universidad y entregarle todo tu sueldo de profesor de los próximos años a Julián. No tienes que gastar en nada más…

    Mercedes:
    Pero no todo es tan malo, claro: de pronto te mueres antes.

    Graciela:
    No me parece tan trágico: bien visto sólo se trata de recuperar los ahorros de los últimos diez años.

    Mercedes:
    Bien visto, claro.

    Miguel (reacciona):
    Un momento, un momento…¿qué es lo que pasa con Gabriel?

    Graciela (como si fuera obvio):
    Miguel Ricardo: no puedo creerlo…Lo de siempre, mi amor. Lo del cáncer.

    Mercedes:
    Una célula inmunda devorándose todo…

    Miguel (aterrado):
    ¿Y está aquí?

    Graciela (asiente):
    En la sala.

    Miguel:
    ¿Y puedo hablar con él?

    Corte a:

    Un par de minutos después. El padre, el siquiatra, Amelia, Mercedes y Graciela salen del cuarto. Gabriel entra. Graciela le hace un gesto de aprobación. Cierra la puerta. Gabriel se acerca a la cama. Le da palmadas en el hombro a Miguel. 

    Gabriel:
    ¿Qué hubo?, ¿qué pasó?

    Miguel:
    Que Sánchez y Carolina son amantes, o como se diga eso, que me acaban de atracar, y que ahora resulta que usted está enfermo…

    Gabriel:
    ¿Y es que usted cree que es el único que puede estar enfermo?…Esa es la mierda de ser un personaje secundario…Nadie le cree a uno las desgracias…

    Miguel:
    ¿Y quién dijo que usted es un personaje secundario?

    Gabriel:
    Cuando Margarita estaba viva, ella era la protagonista. Cuando mi mamá era la dueña de todo, ella era todo, yo sólo era el hijo de mi mamá. Y ahora soy el amigo del director…del tipo que se atrevió a hacer una película en blanco y negro y casi muda, como Tiempos Modernos.

    Miguel:
    No puede haber nada más absurdo: que usted se muera…

    Gabriel:
    Pero cuando se murió Margarita yo me puse a pensar en para qué estaba vivo y me di cuenta que la única justificación eran mis amigos (lo señala) y mi mamá, porque mi papá siempre se murió, siempre estuvo muerto….desde que yo nací. Y entonces me concentré y dije: cómo morirse en unos ocho años sin dejar botada la facultad y sin que mi mamá sufra…y dije, bueno, concentrémonos en una célula, matémosla…

Miguel sonríe. Gabriel voltea la mirada. Parece que fuera a llorar. Los dos hombres no se atreven a mirarse para no caer en una escena deplorable: ambos están a punto de llorar.

Gabriel:
“La eutanasia es la única muerte hecha por el hombre que podría devolvernos la fe en la humanidad”. Es una frase de Odrick Ravi.

Miguel asiente con tristeza.

    Gabriel:
    ¿Sabe que estoy creyendo en los horóscopos?

    Miguel:
    ¿Por qué dice?

    Gabriel:
    ¿Se acuerda que le dije que no creía en ningún mundo arriba ni abajo del mundo?

    Miguel niega con la cabeza.

    Gabriel:
    Bueno: ahora creo en el horóscopo…

    Miguel:
    ¿Y por qué le dio por ahí?

    Gabriel:
    Porque no se pierde nada. Por si acaso.

    Corte a:


    54. INTERIOR: NOCHE. EL APARTAMENTO DE LA FAMILIA VELÁZQUEZ. SALA.
   
Imagen de la puerta de entrada del apartamento. Suena el timbre. Graciela va a abrir. Abre y ve la imagen de Carolina Barrios, Manuel Sánchez, Diego Quijano y Federico Aguilar, aterrados por la situación. Los deja seguir y responde con educación distante su saludo protocolario. Bajo la mirada de Julián Navarro, del cura y del siquiatra, y, bajo la actitud amenazadora de las Velázquez, entran al apartamento y buscan asiento.

Graciela:
Siéntense…

Se sientan. Carolina y Sánchez se sientan juntos y se cogen de la mano. Federico Aguilar continúa con el crucigrama. Diego Quijano contiene los estornudos.

Sánchez:
Muchas gracias, muy amable.

Graciela:
No los esperábamos tan pronto…

Mercedes:
Los actores no tienen nada más que hacer…

Sánchez:
El profesor Molina nos llamó…y vinimos…

Padre Montañéz (a Carolina, como despertando de un sueño):
Tú eres Diana, la de Torre de Marfil: yo sí decía que te había visto en alguna parte.

Carolina (respetuosa):
Sí señor. Sí, padre.

Padre Montañéz:
Eres una estupenda actriz…

Aguilar:
Tres letras: cuando a un gringo le gusta otro gringo…

Padre Montañéz (de inmediato):
Gay…

Quijano se ríe un poco sobreactuado. El Padre lo mira extrañado y se sienta junto a Aguilar para terminar juntos el crucigrama. Carolina agradece con la mirada. Gabriel aparece en la sala. Viene muy triste. Todos se voltean a mirarlo. Los saluda con un gesto. Graciela se levanta y se va hacia el cuarto de Miguel. Mercedes fuma y le sonríe a Carolina.

 Sánchez:
¿Cómo está?

Gabriel:
Yo lo veo muy mal.

Doctor Caballero:
Pero va a recuperarse. Si le damos cuidados y tiene tranquilidad, todo va salir muy bien.

Padre Montañéz:
Qué pena meterlo siempre, pero Dios sabe cómo hace sus cosas.

Aparece Graciela. Dirige la mirada a Sánchez.

Graciela:
¿Usted es Manuel Sánchez?

Sánchez asiente.

Graciela:
Miguelito quiere verlo.

Corte a:


55. INTERIOR: NOCHE. EL APARTAMENTO DE LOS VELÁZQUEZ. LA HABITACIÓN DE MIGUEL.
   
    Sánchez entra al cuarto. Miguel está sentado en el sillón, con una dignidad increíble. Tiene un blazer en la mano: es el blazer que tenía cuando el ciego lo atracó. Se sonríen.

    Sánchez:
    Señor director…

    Miguel:
    ¿Está afuera?

    Sánchez (asiente):
    ¿Quiere que la llame?

    Miguel:
    No, no: no quiero que nadie me vea así. Parezco E.T.

    Sánchez:
    Esa era la idea, ¿no?…morir a la Amblin…

    Miguel (inclina la cabeza a un lado):
    Más o menos.

    Se quedan en silencio.

    Miguel:
Mire: la idea es que me voy a morir y que quiero despedirme de usted.

Sánchez:
Usted no va a morirse…no diga maricadas…

Miguel:
Bueno: pero si me muero, ésta es la escena en que usted me abraza y suena la música y todo eso…

Sánchez:
Yo pensé que le había enseñado algo…

Miguel:
¿Usted quiere películas europeas?, ¿quiere que me muera y ya?, ¿no quiere llorarme?

Sánchez:
Usted no se va a morir. Punto.

Miguel (le entrega el blazer):
Claro que me voy a morir: ya es hora de que termine algo…

Nota la molestia de Sánchez.


Miguel:
Bueno: pero si me muero, tome el blazer, para que no diga que no le pagué muy bien…

Sánchez lo recibe. Sonríe. Se lo pone. Le queda inmenso. Ambos se ríen.

Miguel:
Le falta mucho…

Sánchez asiente. Está conmovido, pero no dice nada. Intenta hablar, pero no puede. Le da unos golpes en un hombro. Sonríe.

Sánchez:
¿Sabe qué? Nos vemos mañana.
 
Miguel asiente con tristeza.

Corte a:


56. EXTERIOR: NOCHE. FACHADA DEL EDIFICIO DEL APARTAMENTO DE LOS VELÁZQUEZ.   

Gabriel, Sánchez, Carolina, Quijano y Aguilar salen del edificio. Hace frío. Caminan como si buscaran algo.

Quijano (triste):
Qué cura tan amable…

Aguilar:
Me ayudó con el crucigrama…

Gabriel:
Qué frío…

Se quedan en silencio. Esperan un taxi.

Carolina:
Bueno: cada uno va a confesar algo muy grave…

Gabriel:
¿Como un juego?

Carolina:
Sí, ¿nunca jugaron eso en el colegio?

Todos niegan con la cabeza.

Quijano (entusiasmado, pero triste):
Yo quiero decir algo, quiero que sepan algo…

Carolina:
Bien, de eso se trata…

Quijano (lloriquea):
Yo soy gay…

Todos se quedan callados. Se miran. Carolina hace un gesto que significa “¿y qué?”.

Aguilar:
Así que nos salió gringo el Dieguito…

Carolina:
Cosas trascendentes…(a Aguilar) a ver, Federico…

Aguilar (duda un momento):
A mí me gusta marchar empeloto por la casa…

Carolina hace un gesto de molestia.

Sánchez:
Qué juego tan culo…(mira a Carolina) ¿Y usted?…no me diga que usted no confiesa nada…

Todos las miran.

Carolina:
Yo estoy enamorada de usted.

Todos se quedan callados. Sánchez hace un gesto que significa “bueno, qué se puede hacer”, y entonces la invita a que lo abrace.

Aguilar (preocupado, a Quijano):
Lo de marchar no era en serio, no era en serio.

Gabriel sonríe. Siguen avanzando por la calle. Cortar a: 


57. INTERIOR: DÍA. EL APARTAMENTO DE SÁNCHEZ. LA HABITACIÓN.

Sánchez se despierta. Está en el colchón, vestido, con el blazer de Miguel aún puesto. Intenta desperezarse, y en el intento descubre que, en un bolsillo del blazer, hay un papel que resulta un billete de lotería. Lo deja a su lado. Sonríe. Se levanta. Lo perdemos de vista mientras va por el periódico de la mañana, que oímos deslizarse por debajo de la puerta. Lo vemos volver con el periódico y con un vaso de agua. Vemos que comienza a leerlo. Vemos que llega a una página y que ve el aviso de la lotería que trae los números ganadores. Vemos que sonríe. Por curiosidad mira el billete y lo compara con el número ganador que anuncia el periódico. El número de Miguel, el noventa y ocho, ochenta y seis, no gana nada. Va a romperlo, pero entonces se detiene. Se le ha ocurrido algo. Se ve muy emocionado. Toma el teléfono. Marca un número.

Corte a:


58. INTERIOR: DÍA. EL APARTAMENTO DE LA FAMILIA VELÁZQUEZ. EL ESTUDIO.

La escena cincuenta y ocho es, en realidad, varias escenas pequeñas que ocurren a la luz del día (en fachadas de casas, en una iglesia, en la esquina de Octavio, en el café, en el apartamento de las Velázquez, en la calle). Cada vez que Miguel pronuncia un nombre, vemos cómo Sánchez le hace entrega del dinero que le corresponde. Sánchez y Miguel hacen una lista de todas las personas a las que piensan a ayudar en la vida en una máquina de escribir. Sánchez escribe todo lo que Miguel le ordena. Se ven enloquecidos, dominados por una emoción absurda. En el fondo, la introducción a Changing Opinion, de Phillip Glass.

Miguel:
Ponga a Bernardo y a Daniel Jácome…los gemelos…

Sánchez (teclea los nombres):
Ja…co…me…¿Cuánto?

Miguel:
Cinco millones…

Sánchez (teclea):
Cinco millones…

Corte a: Sánchez les entrega a los Jácome un paquete con cinco millones de pesos en la entrada de la casa de ellos.

Corte a: Sánchez y Miguel hacen la lista en el estudio.

Miguel:
Angel Marcel…

Sánchez:
Mar…cel…¿Cuánto?

Corte a: Sánchez le entrega a Marcel un paquete.

Voz de Miguel:
¿Cincuenta millones alcanzan?

Voz de Sánchez:
Con esta plata pagamos el préstamo, recuperamos los ahorros, viajamos a Europa diez veces y le regalamos plata a todos sus amigos…

Corte a: Sánchez y Miguel hacen la lista en el estudio

Miguel (chasquea los dedos, recuerda un nombre):
Diego Castillo…mi amigo de cuando chiquito…

Sánchez (teclea):
Cas…ti…llo…

Miguel (dándose cuenta de lo que falta):
Ah, y la doctora Marcela Romero y el doctor Eduardo Silva...

Corte a: de manos de Sánchez, y en un paquete, el cura recibe una contribución en su iglesia y abraza a Sánchez.

Corte a: de manos de Sánchez, y en un paquete, don Octavio y la cuñada reciben su parte en la misma esquina de siempre.

Corte a: de manos de Sánchez, y en un paquete, Quijano y Aguilar reciben su parte en el café. Quijano estornuda.

Corte a: de manos de Sánchez, y en un paquete, el taxista recibe su parte en su taxi.

Corte a: Sánchez le entrega a Julián Navarro un cheque. El le da la mano.

Corte a: de manos de Sánchez, y en un paquete, los policías reciben su parte en la calle y se ven asustados porque parece como si los sobornaran. Un transeúnte hace cara de decepción. El policía flaco tiene pánico.

Corte a: de manos de Sánchez, y en un paquete, el siquiatra recibe su parte en su consultorio.

Corte a: de manos de Sánchez, y en un paquete, las tías de Miguel reciben su parte en la sala del apartamento. Graciela no lo puede creer. Mercedes fuma.

Corte a: Miguel y Sánchez trabajan en la lista, en la mesa del estudio. La música de Phillip Glass se detiene.

Sánchez (preocupado):
Nos sobra…¿qué hacemos con esto?

Miguel se queda callado.

Corte a:


59. INTERIOR: DÍA. EL APARTAMENTO DE LA FAMILIA VELÁZQUEZ. LA SALA.

Sánchez saca a Miguel en su silla de ruedas, cubierto por cobijas, en medio de la peor de las enfermedades, e intenta que las tías no los oigan en la huida.  Antes de salir, se encuentran con Amelia, la empleada, en la puerta de entrada.

Amelia:
¿Para dónde van estos?

Miguel y Sánchez le hacen un gesto que significa “no hable, nos vamos”. Otro que significa “nos estamos escapando de las tías”. Le dan un paquete con billetes a Amelia.

Amelia:
No se demore, mi amor.

Miguel niega. Sánchez niega. Salen del apartamento. Amelia abre el paquete. Siente que va a desmayarse. Graciela se despierta con el ruido de la puerta.

Graciela:
¿Qué se hizo Miguel, Amelita?

Mercedes sonríe. Fuma. Corte a:


60. EXTERIOR: DÍA. LA CALLE

Salen del edificio. En el fondo, un nuevo concierto para piano de Mozart. Y, en medio de un frío horrible, Miguel y Sánchez comienzan a regalar billetes, que sacan de una inmensa bolsa de basura negra, a todos los que se encuentran en su camino. Nadie entiende. Todos actúan aterrados. Después de entregar billetes a todo el mundo, bajo el frío, Miguel recupera su sonrisa. Entonces, y sin perder de vista la cara de Miguel, empujado por Sánchez, la imagen se desvanece poco a poco.


61. EXTERIOR: DÍA. IGLESIA. EL CEMENTERIO.

La escena sesenta y uno va de la iglesia al cementerio y da paso a una serie de imágenes de escenarios vacíos. Es el día siguiente: Miguel Velázquez ha muerto. De la puerta de la iglesia, y bajo la música del órgano de tubos, Manuel Sánchez, Gabriel Molina, don Octavio, Diego Quijano, Federico Aguilar y el doctor Caballero cargan el ataúd. El cura va detrás de ellos, y, detrás, las tías de Miguel y todos los numerosos asistentes. Cortar a: media hora después. Miguel es enterrado en el cementerio. Su lugar está junto a la lápida de su mamá. Nadie habla, y están todos: Gabriel con bastón, y con su mamá, que lo regaña; Carolina, que, sin gafas oscuras, es consolada por Sánchez; Diego Quijano con un hombre que lo consuela, los actores, los técnicos, los alumnos, los profesores, las tías (Mercedes fuma), el siquiatra, Federico Aguilar, Julián Navarro (abrazado con su secretaria), don Octavio, la cuñada, Amelia (que llora desconsolada), los policías. El Padre Montañéz pronuncia su homilía, aunque la tristeza del órgano de la iglesia no nos deja oír lo que dice. Cortar a: imágenes de los lugares por donde caminaba Miguel, pero ahora completamente vacíos (la esquina de Octavio, las avenidas, los estudios, los cafés), tan vacíos que parecen mudos. Cortar a:


62. EXTERIOR: DÍA. LA SALIDA DEL CEMENTERIO.

Unos minutos después. Todos caminan en silencio. Gabriel Molina camina con su mamá. Sánchez va con Carolina. Ella le pide que deje avanzar a los demás, y, cuando el último ya está a unos diez metros de donde ellos están, se atreve a hablar.

Carolina (nerviosa):
Estoy más o menos enamorada de usted…

Sánchez:
¿De verdad?

Carolina:
Lo de la lotería fue el tope…

Sánchez:
La gota que rebosó la copa…

Carolina:
Yo sé que es lamentable, pero estoy medio enamorada de usted…

Sánchez:
Esa es la definición de enamorarse: enamorarse de mí…a pesar de mí…(reacciona) claro que si fue por lo de la lotería debería estar enamorado de todos: yo no fui el único…a propósito: nos va a tocar conseguirle puesto a todos en una de sus telenovelas…nos salió carísima esa lotería…todos empeñaron hasta la última camisa…Aguilar empeñó su colección de crucigramas…Molina nos dio toda la plata que le quedaba…Quijano empeñó hasta un pantalón de cuero…Usted donó su contrato exclusivo por un año…

Carolina:
Y usted entregó el apartamento…

Sánchez:
Sí, claro: se me había olvidado…la idea es irme a vivir con usted…

Carolina (nerviosa):
Y a mí se me había olvidado…estoy embarazada…

Sánchez no la mira.

Carolina (más nerviosa):
¿Qué, qué vamos a hacer?

Sánchez:
Por qué no me había dicho…

Carolina:
Lo primero que le dije hoy cuando nos levantamos, y ayer, y antes de ayer, fue que tenía un retraso…

Sánchez:
Sí, pero yo no le vi nada raro…usted babea un poco...pensé que era un chiste…(piensa) Claro que ya estaba repetido…

Carolina (nerviosa, molesta):
¿Qué vamos a hacer?

Sánchez no responde. Carolina lo mira con angustia. Hay un silencio incómodo. Poco a poco, un plano general se convierte en un primer plano de Sánchez.

Sánchez (reflexivo):
Pues no sé…tenemos nueve meses para pensarlo…Y para hacer la telenovela esa de mierda…¿Qué vamos a hacer?: me imagino que trabajar en televisión hasta que cumpla cinco años y comience a darse cuenta de en qué trabajamos…Cuando el niño…

Carolina (sonríe):
O la niña…

Se abrazan.

Sánchez:
O la niña…Cuando el niño o la niña…(sonríe) Cuando el niño y la niña tengan uso de razón, dejamos las telenovelas y nos pasamos al cine, o al teatro, o a los seguros…para que no se avergüencen de nosotros.

Carolina:
Para que no se sientan mal…

Cortar a: la imagen de los sepultureros que echan tierra sobre el ataúd en el que está el cuerpo de Miguel.

Voz de Sánchez:
O ponemos un negocio raro…Nos inventamos una gaseosa nueva…

Voz de Carolina:
Cualquier cosa…

Voz de Sánchez:
La meta es enloquecerse al mismo tiempo…

Cortar a:


63. EXTERIOR: TARDE. LA CALLE.

El día siguiente. Manuel Sánchez camina por la calle, y en el medio de los mendigos, los mutilados, los niños explotados, es evidente que ahora brilla entre los grises del mundo. Llega al teatro antiguo de la primera escena. La misma señora vende los mismos dulces. El mendigo ya no duerme en la acera. Su lugar está vacío. Han cambiado los carteles de las películas de los cuarenta por películas de la nueva ola francesa. En la puerta del lugar está Gabriel Molina. Sánchez le da la mano. Entran al lugar.


64. INTERIOR: TARDE. EL TEATRO.

Sánchez y Molina se sientan atrás, en el pequeño teatro. Un hombre grita algo que no entendemos. Y bajo el sonido del proyector somos testigos de la última escena filmada para la película, que termina con el estornudo del sonidista. Una vez vemos la escena, tal como fue filmada, la cámara registra las expresiones de Molina y Sánchez, y, poco a poco, sale de espaldas hasta que atraviesa el hall del teatro, sale por la puerta de entrada, y vuelve a encuadrar la fachada del teatro, tal como en la primera escena. Es el final de la historia, y, mientras bajan los créditos, desde el radio de la vendedora de dulces oímos una versión de la canción La vida es un carnaval, cantada por Celia Cruz.