PVC-1

Calificación: ***. Título original: PVC-1. Año de estreno: 2008. Género: Drama. Dirección: Spiros Stathoulopoulos. Guión: Dwight Istanbulian y Spiros Stathoulopoulos. Actores: Mérida Urquía, Daniel Páez, Alberto Zornoza, Hugo Pereira, Patricia Rueda, Andrés Mahecha, Julián David Escalante, Wilmer Sánchez Medina.


A Alfred Hitchcock se le ocurrió, en 1948, “la loca idea de rodar un largometraje que no constituyera más que un solo plano”. La llevó a cabo muy pronto con su terquedad de siempre. Y se pasó varios años hablando mal del resultado, una brillante producción en tiempo real titulada La soga, porque renegaba de sus teorías “sobre las posibilidades del montaje para contar visualmente una historia”. Desde entonces, sin embargo, decenas de cineastas en todo el mundo se han dejado llevar por la tentación de lo que el propio Hitchcock llamó “el truco”: llegar a la sala de edición con la película montada. Para no ir más lejos: hace poco Aleksandr Sokurov se dio el lujo de filmar El arca rusa, todo un resumen de la historia de su país, en una sola toma de 99 minutos.


Y ahora le ha llegado el turno al cineasta colombiano Spiros Stathoulopoulos. Que en un único plano secuencia de 85 minutos, sin detener ni una sola vez la cámara que él mismo cargó por los recovecos de un pueblo de los nuestros, ha recreado la vergonzosa tragedia del collar bomba con el objeto de que ya nunca podamos olvidarla. Sucedió el 15 de mayo de 2000 en una vereda de Chiquinquirá. Unos encapuchados le pidieron a la señora Elvia Cortés Gil que les diera 15 millones de pesos. Y para presionarla, apenas les confesó que no tenía en ningún lugar tanto dinero, le pusieron alrededor del cuello un tubo que contenía una bomba. Ya sabemos el resto. Al día siguiente, cuando se dio al mundo la noticia, todos nos declaramos asqueados ante la degradación, ante la crueldad, ante la infamia. Después hicimos lo mejor que pudimos para borrarnos de la cabeza la imagen de esa mujer de 55 años a punto de morir.

Stathoulopoulos no pudo hacerlo. Tuvo que contar esa pesadilla de menos de hora y media para volver a dormir en paz. Y, tras escribir un guión más o menos ajustado a los hechos, se arriesgó a narrarla como la señora Cortés la padeció: sin pausa, sin nuevas oportunidades, sin adornos.


El resultado es un largometraje digno que, aunque se ve gravemente afectado por un par de escenas inverosímiles y unas actuaciones muy pobres que oscilan sin ninguna coherencia entre la teatralidad pomposa y el naturalismo más torpe (el montaje es para eso: para expresar y corregir), logra mantenernos todo el tiempo en vilo gracias a una serie de escenas coreografiadas a la perfección. Qué bellos son esos momentos silenciosos en la casa de la protagonista, en el pequeño ferrocarril que lleva a la familia a su triste destino, en las ruinas en donde un agente de la policía trata de desactivar la bomba: la cámara mágica de Stathoulopoulos, verdadera estrella del relato (cruza ríos, se lanza por trochas, sube a las camionetas como un pasajero invisible), no sólo transmite una angustia de la que tardamos en reponernos, sino una compasión que es el logro de los grandes talentos.