Calificación: ***. Título original: PVC-1. Año de
estreno: 2008. Género: Drama. Dirección: Spiros Stathoulopoulos. Guión: Dwight
Istanbulian y Spiros Stathoulopoulos. Actores: Mérida Urquía, Daniel Páez,
Alberto Zornoza, Hugo Pereira, Patricia Rueda, Andrés Mahecha, Julián David
Escalante, Wilmer Sánchez Medina.
Y ahora le ha llegado el turno al cineasta colombiano Spiros Stathoulopoulos. Que en un único plano secuencia de 85 minutos, sin detener ni una sola vez la cámara que él mismo cargó por los recovecos de un pueblo de los nuestros, ha recreado la vergonzosa tragedia del collar bomba con el objeto de que ya nunca podamos olvidarla. Sucedió el 15 de mayo de 2000 en una vereda de Chiquinquirá. Unos encapuchados le pidieron a la señora Elvia Cortés Gil que les diera 15 millones de pesos. Y para presionarla, apenas les confesó que no tenía en ningún lugar tanto dinero, le pusieron alrededor del cuello un tubo que contenía una bomba. Ya sabemos el resto. Al día siguiente, cuando se dio al mundo la noticia, todos nos declaramos asqueados ante la degradación, ante la crueldad, ante la infamia. Después hicimos lo mejor que pudimos para borrarnos de la cabeza la imagen de esa mujer de 55 años a punto de morir.
Stathoulopoulos
no pudo hacerlo. Tuvo que contar esa pesadilla de menos de hora y media para
volver a dormir en paz. Y, tras escribir un guión más o menos ajustado a los
hechos, se arriesgó a narrarla como la señora Cortés la padeció: sin pausa, sin
nuevas oportunidades, sin adornos.
El
resultado es un largometraje digno que, aunque se ve gravemente afectado por un
par de escenas inverosímiles y unas actuaciones muy pobres que oscilan sin
ninguna coherencia entre la teatralidad pomposa y el naturalismo más torpe (el
montaje es para eso: para expresar y corregir), logra mantenernos todo el tiempo
en vilo gracias a una serie de escenas coreografiadas a la perfección. Qué
bellos son esos momentos silenciosos en la casa de la protagonista, en el
pequeño ferrocarril que lleva a la familia a su triste destino, en las ruinas
en donde un agente de la policía trata de desactivar la bomba: la cámara mágica
de Stathoulopoulos, verdadera estrella del relato (cruza ríos, se lanza por
trochas, sube a las camionetas como un pasajero invisible), no sólo transmite
una angustia de la que tardamos en reponernos, sino una compasión que es el
logro de los grandes talentos.