La idea de presentar dos novelas juntas –la primera, una masacre narrada en tiempo real, que parece justificada por una venganza personal; la segunda, una historia de amor contada en un diálogo que tiene lugar durante años–, obedece a un instinto del autor y responde a esa misma idea de encontrar un mensaje esperanzador dentro de un contexto que suele ser desolador y agobiante. Son las dos caras, con todos sus matices, de un solo país, pero también son dos historias que desmontan las ideas y estereotipos de lo que deberían ser las historias de muerte o las de amor.