Carta para Germán

Germis:

 

No es tan fácil aceptar que usted se fue. Todavía, a pesar de que no lo veo ni lo oigo hace más de un mes, no puedo entender que usted no va a volver. De verdad que a veces creo que está de viaje, pero cuando quiero contarle lo que me está pasando me doy cuenta que no dejó ningún teléfono para llamarlo, ni ningún mail para escribirle. De todas maneras quiero escribirle, quiero acordarme de las cosas que viví con usted.

Yo me acuerdo de usted, aunque no lo crea, cuando yo tenía como 14 años. Creo que ahí lo conocí. Fue el primer amigo de Ricardo que conocí. Claro, como era de esperarse, me pareció queridísimo, aunque me parecía un poco raro que me preguntara tantas cosas. Pero bueno, después entendí que usted era tímido y esa era la forma que tenía de acercarse a la gente. Sin embargo y a pesar de que yo era muy amiga de Ricardo, en ese momento no me interesaba estar con ustedes. Tenía 14 años y otras cosas en qué pensar. Sí, ríase de mí todo lo que quiera, pero así era. Fue cuando entré a la universidad que me interesó estar con ustedes. Nunca se me va a olvidar un día que me vio tan deprimida por la universidad, que me puso “La vida es un carnaval” de Celia Cruz. Creo que ahí nos dimos cuenta que nos gustaba el mismo tipo de música. Es por esa afinidad que ahora me cuesta oír radio.

Usted hacía sentir bien a la gente, a veces sin proponérselo me mejoraba el día, me ponía de buen genio. Bastaba una sonrisa suya, que aunque nunca se lo dije, era una de las más bonitas que había visto en mi vida, para subirme el ánimo. Muchas veces fue esa risa y la palabra “tranquilícese”, la que me hizo caer en cuenta de lo inútil que era ponerme brava. Y es que para usted nunca había situaciones por las que mereciera estar bravo más de dos minutos, ni personas que no tuvieran más cualidades que defectos. La pasó tan bien la mayoría del tiempo que fueron muy pocas las veces que lo vi deprimido y, por la impresión que me daba verlo así y porque si usted no estaba de buen humor, nadie lo estaría el resto del día, siempre traté de hacerlo reír. De todas maneras usted estaba feliz la mayoría del tiempo y unas de las cosas que lo hacían más feliz era su familia. Nunca conocí una persona tan orgullosa de sus papás, de sus hermanos, de sus sobrinos. Podía pasar horas enteras hablando de su familia, de cada uno de sus sobrinos. Tanto que aunque yo no los conocía, sabía todo sobre ellos. Hablar de Ricardo también lo hacía feliz. Cada triunfo de él, usted lo sentía como suyo. Siempre me encantó esa relación de ustedes dos y hoy aprovecho para darle las gracias por quererlo tanto.

Su forma abreviada de decir mi nombre, Mimitore, fue la inspiración para muchos de mis, hoy, innumerables apodos y, bueno, fue para usted la forma perfecta de llamar a las cosas de las que no se acordaba el nombre. “Me pasa el Mimitore”, lo oímos decir un día mientras señalaba con insistencia un vaso. Sin embargo y a pesar de no decir mi nombre como era, compartía con Ricardo esa rabia cuando alguien no decía bien mi nombre. “En serio, ¿por qué sus amigas del colegio le dicen Mirén y no Miren?”. Todas mis amigas le parecían “adorables”, aunque su preferida siempre fue Mafe. “Tranquila Mimitore que Mafe ya va a llegar”, me decía esas vacaciones en las que no dejamos de hablar un día y que hoy recuerdo como las mejores de mi vida. ¿Quién se iba a imaginar que unas vacaciones en las que estábamos tan tristes porque no estaba Ricardo, hoy iban a ser las mejores que he tenido? Ahí empezaron a formarse esos rumores sobre una posible relación más allá de la amistad entre nosotros, pero afortunadamente nunca fueron ciertos, no porque usted no fuera un partidazo, siempre le busqué secretamente una novia decente, sino porque así pude crear una de las amistades más bonitas que he tenido en toda mi vida. Es curioso, porque usted era la única persona que yo trataba de “usted”, pero era una de las que más cercanas, una de las que más quería en todo el mundo. Usted era uno de mis mejores amigos, una de las personas de las que más hablaba todo el día, un verdadero tema de conversación en mi casa. No le dé pena porque así era. Para mis papás, aparte de su ahijado Ricardo, usted era uno de mis amigos más queridos. A mi papá le encantaba contestarle el teléfono cuando llamaba, porque así podía conversar con usted, o bueno, con Roger Moore, su personalidad telefónica.

Nunca pudo decir mentiras, siempre lo cogíamos. Pero, ¿cómo no lo íbamos a coger, si cada vez que iba a decir una mentira se ponía nervioso y le daba ataque de risa? Lo peor es que como su risa era tan contagiosa, terminábamos riéndonos con usted y creyéndole lo que nos decía. Ahora sólo me queda creerle cuando siento que me dice, en esos momentos en que me quedo sin aire al caer en cuenta de que usted no va a volver, que me tranquilice, que usted está bien. No lo siento nervioso, no lo siento reírse, así que debe ser verdad. He tratado de tapar el hueco que dejó con sus frases, con un “excelente Mimitore, buenísimo en serio” y me ha funcionado porque siempre me roba una sonrisa. Lo único que me queda por decirle es que por favor estemos en permanente contacto siempre y que no se olvide de que lo quiero mucho.

Mimitore