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Salinger está vivo y no quiere hablar. No quiere que se metan en su vida. Quiere escribir, visitar a sus amigos y ver a sus hijos. Nada más. Su casa, en Cornish, New Hampshire, la misma que compró en 1953, sin agua y sin electricidad, se esconde detrás de una cerca rodeada de árboles. De vez en cuando, al parecer, trabaja en su jardín. Casi todo el día se encierra en un galpón, a cincuenta metros de su habitación, a inventarse historias que no está interesado en publicar. ...[Leer más] |
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